Tu llegada fue inesperada, jamás pensé que te podía encontrar tan cercano.
Tu mirada fue maravillosa, experimente la paz en lo más hondo de mi ser.
Tus palabras fueron justas, hicieron que me cuestione mi manera de ver la vida.
Tu presencia me ha revelado que merezco ser amada, valorada, respetada como mujer, como creyente, como buscadora del Reino…
No importa cuánto tiempo estuve errada, no importa cuánto tiempo busqué agua que no saciaba mi ser, no importa si confié en otros y no experimenté el amor verdadero…
Tu presencia ha ocupado tenebrosos sitios de mi alma y en un instante noté la luz y la esperanza.
“Dame de beber” me dijiste. No entendí por qué me pediste agua a mí, si apenas tenía un cántaro de barro y nada que ofrecerte.
“Si tan solo supieras quien te pide, vos le hubieras pedido agua viva”…
¡Señor, dame de tu agua, no quiere venir más a buscar esta agua que no sacia mi sed!
… de este encuentro no me podré olvidar nunca. Porque a mí, -siendo Samaritana-, me has revelado tu verdad más profunda, ¡Sos el Mesías! Sos Aquel al que tanto tiempo hemos estado esperando; sabemos, en lo profundo de nuestras vidas que necesitamos ser salvados. Somos conscientes que necesitamos de tu Amor y Redención. Somos conscientes –aunque se nos considere pecadores o impuros- que si estamos con Vos, Señor Jesús, podremos beber del agua que da vida.
Carolina Lizárraga, SSpS