De una joven a otro joven: invitación a creer en el Dios que nos da Vida

miércoles, 5 de mayo de
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Todo empezó con un deseo: querer ser feliz y una certeza: saber qué era lo que no quería.

Mi historia con Dios (como la de todos) viene desde mucho antes de lo que voy a relatar. Su Presencia en mi vida (como en la de todos) ha sido constante desde el principio pero eso lo descubrí solo después de que me tomé la búsqueda de Dios en serio.

Llevaba dos años como mínimo de un activismo insalubre. Había confundido ser feliz con hacerlo todo. Quería viajar, hacer todas las actividades recreativas habidas y por haber, estar en el grupo de la Igle (nótese la palabra, pero eso daría para otro escrito, lo dejo ahí por el momento), hacer actividad física, ser hija y amiga, estudiar y obtener buenos resultados, entre otras. Lo quería todo, propio de quien no sabe lo que quiere y propio de quien no sabe elegir.

Pero un día fue tal el hartazgo de andar siempre corriendo a ninguna parte, tal el agotamiento de estar siempre en lo que sigue, tal el cansancio de no saber vivir que decidí irme de retiro en busca de algo (o Alguien) que saciara mi sed de algo más. Fue una Acampada Mariana organizada por Radio María en Calmayo mi volver a casa del Padre y el comienzo de un nuevo modo de vivir.

Me aterraba la idea de verme toda una vida como un robot que corre tras la nada. Me asqueaba el hecho de pensar que todo lo que había para mí era estudiar hasta obtener el título y luego correr tras el posgrado y luego hasta el auto propio y después la casa y después los 15 días en el Caribe, así sin parar, en un constante correr hasta donde se suponía que esperaba la felicidad.

Había experimentado eso de correr y sabía que por ahí no era. Llevaba dentro una convicción que mi mamá me había regalado a lo largo de toda nuestra vida compartida: la de ser amada por un Dios que solo quiere mi felicidad. Ese fue el comienzo de mi búsqueda de sentido, de tomarme en serio a Dios y a mi propia vida porque solo hay una y yo no quería (ni quiero) desperdiciar la oportunidad de ser feliz y vivir plenamente cada día.

Primero fue un limpiar la casa (mi corazón) de todo lo que ocupaba el sitio que le correspondía a Dios, ordenar poco a poco cada ámbito. Tomarme en serio a Dios implicó tomar en serio la oración cotidiana y así, dándole a Dios la chance de hablarme cada día, fue obrando en mí maravillas ( y no porque yo sea grandiosa, lejos estoy de eso, me sé demasiado humana) sino que Dios vuelve nuevo lo antiguo y renueva la vida y la mirada de un modo maravilloso.

Me cambió el modo de mirar, me empezaron a conmover las cosas más simples y, guiada por Él, comencé a distinguir lo importante de lo urgente. Le dio a lo cotidiano Vida. A medida que Dios pasa por las distintas esferas de la propia vida lo va cambiando todo, lo va resucitando todo. Tiene la capacidad de volver fértil lo que antes era estéril, de darle nueva vida a lo que creíamos ya muerto.

Dejé de ver la vida pasar y empecé a vivir o lo que es lo mismo, a elegir conscientemente. Porque el dicho “todos los caminos conducen a Roma” no aplica en este ámbito, sé por experiencia que no todas las opciones conducen a una vida plena.

En este tiempo caminando en Dios y hacia Dios, descubrí en mí heridas y fue Él quien las sanó y las convirtió en arroyitos de agua fresca. Todavía hay en mí por sanar pero confío plenamente en este Dios de la Vida que nos ilumina la mirada y nos llena de profunda alegría el corazón si lo dejamos obrar. Confío en que guiará mi búsqueda y me acompañará en el andar.

Dios va enseñándome sus modos poco a poco. Me va haciendo humana a su modo. La vida en Él es una aventura. Cada día es una oportunidad para crecer en libertad y para aprender a amar a su modo. Y es ese modo, el modo de Jesús de Nazaret, el que plenifica la vida.

Hoy, tres años después, miro hacia atrás y digo: valió la pena el camino recorrido a este hoy.

Llevo como bandera tres certezas: que soy inmensamente amada, que cada invitación de Dios es fuente de Vida plena y que estoy llamada a ser plenamente feliz ( y eso no es otra cosa que ser plenamente humana, humana al modo de Jesús).

Llevo como motor dos deseos: vivir plenamente y que mi vida sea para otros fuente de Vida, palabra que hable de Dios y testimonio de un amor que nos cambia la vida y nos plenifica.

Ojalá vos también te dejes encontrar por este Amor. Te aseguro que no te vas a arrepentir de gustar la maravilla de VIVIR.

Agradecida por tanto bien recibido y con amor,

Tati