Deseos de deseos, y más aún deseos de cosas grandes. Deseos que nos mueven por dentro a querer salir de nosotros mismos, que hacen desaparecer toda sensación de vacío, de vulgaridad; y que nos llenan de sentido y búsqueda.
Esta etapa del año es quizás una buena oportunidad para rezar con los deseos: preguntarme cuáles son mis deseos hoy, a qué me llama Dios este año a través de ellos. También es buena ocasión para ir reconociendo si, tal vez, en este último tiempo no tuve muchos deseos auténticos, quizás porque la desesperanza, el desaliento, el sinsentido o los “siempre es lo mismo”, fueron apagando mis deseos más profundos. La carencia de auténticos deseos que muevan la vida hacia grandes ideales, dándole sentido y dirección, es tal vez una de las cosas más comunes en las que hoy los jóvenes nos vemos encerrados. Nos vemos sumergidos en relativismos ciegos, en una tristeza dulzona, en individualismos recurrentes, no dejando que las cosas nos afecten verdaderamente.
La propuesta es llevar nuestros deseos con humildad a la oración para, en un principio, poder ordenarlos. Pero, ¿porque ordenarlos? Para elegir. Hay que ordenarlos,porque como decía el jesuita José Maria Rodriguez Olaizola en una conferencia en Valladolid, “vivimos en un mundo en el cual nuestros deseos están constantemente excitados, constantemente se nos están proponiendo cosas. Es importante tener los deseos ordenados para no caer en ese quererlo todo que al final lleva a no tener nada”.
“El deseo me ayuda a elevar la mirada más allá de lo inmediato, a salir de lo cotidiano, de lo más prosaico, y lanzar la vista y el corazón a lo que aún no está. Se llama esperanza, anhelo. Pone en juego la imaginación y la voluntad. Si solo camino con la vista puesta en lo inmediato, en el hoy, en el aquí y ahora, entonces me faltará perspectiva para encaminar mis pasos hacia algún lugar que merezca la pena”.(1)
Ofrecer mis deseos en la oración me ayudará a ir reconociendo, a través de la gracia, cuales son mis limitaciones y mis virtudes, para ir en busca de hacer realidad aquello que suscita mis deseos, y para que éstos vayan tomando forma, se vayan encarnando en mi propia historia, en mi humanidad, y yo pueda ir distinguiendo la presencia de Dios en ellos. También me permitirá ver cómo Dios se abaja a mi propia realidad y quiere actuar desde ella, ya que no es un Dios de mentirita, y tampoco tan desconocido, sino el más interesado en que lleguen a la plenitud esos deseos que Él mismo puso en mi corazón.
Por último, esencial para este trayecto es estar atentos a que, por muy interior que sea la mirada de los deseos, ésta debería ser,como decía el jesuita en esa misma conferencia “una mirada que nos invite a descubrir el mundo, a lanzarnos a nuestra realidad compleja e intentar darle una respuesta; salir del mundo conocido, abrirnos al mundo amplio y, en ese mundo amplio, aprender a ver la realidad en una clave creyente”.
María Luz Miranda
(1) Pastoral sj