Dios en la oscuridad

lunes, 20 de enero de

Ahora, en momentos de descanso, puedo mirar hacia atrás. En la calma, puedo ver las tormentas que pasaron. En tiempos de paz, soy capaz de pensar en aquellas batallas. Me permito volver la mirada a todo lo oscuro que me atravesó y descubrir que una única certeza me acompañó siempre; solo una verdad: que Dios, de algún modo incomprensible, me sostenía. Pero no Dios tal como lo conocía, no Dios como me lo habían presentado. Era un Dios que no me explicaba nada, que no se me daba a conocer, y al que no entendía ni por asomo.

Aun así, en medio de la confusión, era Dios presente.

Esa única certeza (que, claro, no es para nada poca cosa cuando estamos en el “desierto”) me mantuvo de pie (aunque a veces un poco tropecé y otras atiné a resbalar). Esa certeza me dio la fortaleza para derribar todos los prejuicios desde los que construía mi imagen de Dios; también para preguntarme profundamente dónde estaba lo verdadero, dónde podía encontrar a este Dios que me tenía sin respuestas, cómo resolvía mi vida mareada entre tantos vaivenes, por dónde aparecería finalmente el hilito de luz que me guiara a la salida. Fueron años de una búsqueda genuina, búsqueda que todavía continúa, y espero que así sea todos los días de mi vida. Años de desorientación.

Hoy puedo mirar atrás y agradecer esa única certeza —minúscula y flaquita, casi imperceptible, pero rotundamente necesaria. Puedo mirar atrás y dar gracias por estas luchas que me llevaron a buscarlo desde lo más sincero, como nunca antes. Incluso así, con todo el cansancio con el que llegué hasta acá, puedo de verdad dar gracias porque, aunque no lo entienda en el momento, al final sabré que todo fue y es don de Dios.

 

En la oscuridad
busqué
desesperadamente
lo verdadero.

Evitó que me derrumbara
esa única certeza
de que de algún modo
me estabas sosteniendo.

Y eso,
cuando uno está en la oscuridad,
es suficiente
para seguir buscando.