Domingo 02 de Diciembre de 2022 – Evangelio según San Juan 1,1-18

lunes, 27 de diciembre de
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Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: “Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro sacerdote Jesuita

 

 

Quién iba a decir que aquel niño nacido en el pesebre de Belén, era Dios mismo que venía al mundo; era Dios Hijo, que existía desde siempre y que por medio de Él, se hizo todo lo creado. Quién iba a decir, que aquel niño pobre, envuelto en pañales y acostado en un refugio para animales, era la fuente de la vida y la luz que ilumina a la gente.

Hay que mirar profundo y reconocer en ese niño a Dios que viene a salvar haciéndose uno con nosotros, compartiendo nuestra historia de dolores y alegrías, de vida y de muerte. Es Dios mismo que viene a salvar asumiendo nuestra realidad humana y, a su tiempo, eligiendo amar siempre y en todo, perdonar siempre y en todo, servir y redimir siempre y en todo.

Quien iba a decir que mirándolo a Él, íbamos a conocer el mismo corazón de Dios Padre, su modo de sentir y de actuar. Su amor ilumina a toda persona que abraza la fe, y también a todos aquellos que, quizás, sin reconocerlo explícitamente, juegan su vida por la defensa radical de la dignidad humana y se dejan mover por el espíritu de amor y de servicio.

“Y el Verbo se hizo carne, y acampó entre nosotros”, y lo hizo asumiendo nuestros procesos de crecimiento y de necesaria convivencia. Y de esta manera, así, sin mando a distancia, sino en la cercanía e identificación propias del amor, viene a salvar y a involucrarnos en esa misión redentora.

Ese niño viene a revelarnos que somos Hijos e Hijas de Dios. Viene a decirnos que a este mundo, que está en lucha entre lo que le hace bien y lo que le hace mal, lo sacamos adelante entre todos, y que la tarea de la redención nos compete, unidos a Él.

Este niño busca amigos para esta tarea, no se larga solo, desde que nace entre nosotros necesita ayuda. El vínculo no será a través de imposiciones, sino de la adhesión por la fe y el amor. Solo desde ahí podremos reconocer nuestra identidad de Hijos e Hijas de Dios y reconocer también que participamos de su vida y plenitud, reconociéndolo a Él como fuente de todas las gracias.

El tiempo de Navidad nos desafía, nuestra mirada hacia el Dios hecho hombre que viene a compartir nuestra historia de esta manera tan especial, nos habla también de nuestra vida como camino de divinización. Si Dios se identificó con nosotros, nosotros estamos llamados a identificarnos con Él, en esta historia con tantas dificultades, con tantas oscuridades; pero mirándolo a Él y uniéndonos a Él por la fe, nos abriremos a la identidad nueva de ser Hijos e Hijas de Dios comprometidos positivamente con nuestra historia, descubriendo y construyendo el Reino del que tanto habló Jesús, y caminando cada uno de nuestros días, hacia el cielo, hacia nuestra unión total con Dios y entre nosotros.

Estamos invitados a vivir con el corazón abierto a la esperanza a la que hemos sido llamados y que se nos ha comunicado plenamente en Cristo, el Dios con nosotros. Feliz tiempo de Navidad.

Que Dios nos bendiga y fortalezca.