Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, perdónalo”. Los Apóstoles dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”. El respondió: “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, ella les obedecería.” Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: ‘Ven pronto y siéntate a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después’? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’.»
Cuántas veces hemos rezado esta frase en la oración que nos enseñó Jesús; pero cuántas veces nos olvidamos de ella. El Señor que ha venido a comunicarnos el perdón quiere involucrarnos a todos sus discípulos en esta misión reconciliadora.
“Si tu hermano peca, repréndelo y si se arrepiente perdónalo, Y si peca siete veces al día contra ti y otras tantas vuelve a ti, diciendo, me arrepiento, perdónalo”.
No cansarnos de la tarea de perdonar, es más, apasionarnos por ella. Que hermoso poder asociarnos a Cristo en este deseo de llevar el perdón al mundo entero. Y confiar y volver a confiar, sin decaer, sin dejar endurecer el corazón.
¿Quién puede hacer esto? ¿Quién se anima a comprometerse en esta tarea del rescate del corazón del ser humano? Pues el hombre y la mujer de fe, porque para vivir esta misión que nos encomienda el Señor, se necesita fe y mucha. Por eso los discípulos le piden a Jesús ante este desafío que les aumente la fe, para que ella impacte en su relación con los demás y los haga disponibles para vivir el perdón una y otra vez.
Hacernos servidores de la misión de Cristo, y hacerlo a su modo. Jesús se define a sí mismo como enviado del Padre y como servidor comprometido y fiel. No vive su tarea desde el reproche ni buscando retribución alguna. Comparte con el Padre el amor por la humanidad y vivir su misión lo hace un servidor incansable del Padre y de cada uno de nosotros.
Compartir con Cristo su identidad como servidores de la reconciliación de todas las personas con Dios y entre sí. Ésta es la tarea que tenemos como Iglesia, como amigos de Cristo, como enviados por Él para ser en este mundo su voz, sus manos y sus pies.
Que no nos convenzan las voces que nos endurecen en el rencor y les cierran las puertas al perdón. Servidores del amor y de la reconciliación ese es nuestro nombre de cristianos, y eso nos identifica con Cristo. No cese el deseo y la petición al Padre para que nos aumente la fe y podamos vivir esta tarea del perdón, reconociendo y abrazado la misericordia que Dios ha derramado y seguirá derramando en nuestra vida. Que Dios nos bendiga y fortalezca.