Domingo 07 de Mayo de 2023 – Evangelio según San Juan 14,1-12

lunes, 8 de mayo de


Jesús dijo a sus discípulos: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?”. Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.” Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”.
Jesús le respondió: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.”

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro | Sacerdote Jesuita

El Evangelio de hoy nos sitúa en la Última Cena, en las palabras de despedida de Jesús a sus discípulos. Palabras de aliento, de esperanza, palabras que revelan la identidad del Señor y la fuerza de su misión.
Los amigos de Jesús no lo comprendieron en aquel momento, pero a la luz de la Resurrección podrán volver a ellas y conocer así más hondamente al Señor para más amarlo y seguirlo.
Jesús sabe del miedo que puede embargar a los discípulos cuando Él ya no esté y queden solos. Pero los anima diciéndoles que volverán a encontrarse, porque él va a la casa del Padre y allí hay lugar para una multitud. Hoy como en aquel tiempo, el Señor nos invita a poner en Él la confianza, y alejar las inquietudes de nuestro corazón. Busquemos que nuestros pasos apunten al cielo y que se haga vida en nosotros la esperanza en la vida eterna. La muerte no vencerá y que el miedo a ella no nos paralice. Habrá dolor, y eso es una evidencia en nuestra vida, pero Él vendrá a buscarnos y nos llevará al Padre.
Jesús se define a sí mismo como “Camino, Verdad y Vida” y así nos exhorta a que lo conozcamos para aprender de Él, lo sigamos para caminar con Él y le abramos nuestro corazón para vivir por Él una vida en plenitud. Él es el camino que nos conduce al Padre; Él es el camino que nos hace vivir como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros, así como nos lo mostró con su vida, sus gestos y sus enseñanzas. Por eso, si queremos conocer nuestra verdad, mirémoslo a Él como fuente del sentido verdadero para la vida del ser humano. Jesús, también, es la vida que todos anhelamos, es la respuesta positiva a ese impulso vital que tenemos dentro y que no lo podemos apagar; ese impulso vital que se hace tan patente cuando amamos, deseando que la muerte no sea el fin de ninguna historia. Jesús es vida eterna, es vida plena, es vida en el amor.

Pero el Señor, no solo nos revela el sentido de la vida de cada persona, el rostro verdadero del ser humano en el que todos nos podemos hallar, sino que nos muestra con todo su ser el rostro del Padre. Conociéndolo a Él conocemos al Padre, uniéndonos a Él nos unimos al Padre, porque el Padre está en Él y Él está en el Padre. Misterio de amor infinito, que une de tal modo al Padre y al Hijo que, siendo personas distintas, los hace uno de verdad.

Ahora, el desafío es creer en Él y unirnos a Él, con el mismo amor que lo unió al Padre. Pero ese amor si es verdadero, nos llevará a amarnos unos a otros de la misma manera que Él nos amó. Buscar la fraternidad del Reino es la tarea más importante de nuestra vida. Y eso solo es posible en el amor que hace lugar en esta historia, asumiendo dolores y abriéndose a perdonar y ser perdonado. Vale la pena el amor. Que la fuerza de la Resurrección de Cristo sea siempre para nosotros fuente de vida nueva que nos impulse a amar a su modo y así, en Iglesia, caminar hacia el cielo. Que nuestra Madre María nos muestre siempre el corazón de su Hijo y que Dios nos bendiga y fortaleza.