Domingo 1 de Mayo de 2022 – Evangelio según San Juan 21,1-19

martes, 26 de abril de
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Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros”. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?”. Ellos respondieron: “No”. El les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar”.

Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: “Vengan a comer”. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres”, porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?”. El le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”.

Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. El le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas”. Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme”.

 

 

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro sacerdote jesuita

 

 

Transitamos por este tiempo de Pascua abriendo el corazón para contemplar a Jesús Resucitado, y par que su vida impacte en la nuestra impulsándonos a ver todas las cosas nuevas.

Para esto será necesario que tengamos renovada nuestra capacidad de asombro, para poder dejarnos sorprender por este Jesús Vivo y amigo, este Jesús que toma la iniciativa y se acerca en los momentos y lugares más inesperados, como cuando Pedro con algunos otros Apóstoles habían ido a pescar durante la noche y los alcanzaba el amanecer sin haber pescado nada… en medio de esa experiencia frustrante alguien les habló desde la orilla, invitándolos a echar las redes nuevamente al lago… esa presencia humilde, cercana y clara, que los llenó de confianza para volver a emprender la tarea. Aunque todavía no lo habían reconocido personalmente, sí pudieron escuchar la voz amiga que les renovó la ilusión y la confianza.

Tal vez algunos de nosotros tengamos el don de reconocer a Jesús, de abrir los ojos interiores y darnos cuenta de su presencia, de que está ahí, actuando, animando, consolando, impulsando a la misión. Y como el discípulo amado, digamos a la comunidad, “Es el Señor”, ayudándolos a reconocer al Resucitado.

Tal vez otros podamos ser como Pedro, que nos tiramos al agua para alcanzar al Maestro; que cuando confiamos en el testimonio o en la palabra de alguien que ha reconocido la acción del Dios de la vida, ponemos todo de nosotros para estar ahí, para dar una mano, para apoyar la tarea. Esos amores incondicionales que no hay nada que los detenga para encontrar al Señor y lo que viene de Él.

Tal vez muchos de nosotros nos reunamos a la mesa de la Eucaristía para dejarnos alimentar por Jesús Resucitado. Como cuando los apóstoles llegaron a la orilla del lago y Jesús los estaba esperando con unos pescados asados. Y en ese encuentro de fe, también nos dejemos alimentar por Él, nos alimentemos de Él y nos llenemos de fuerza y alegría, como en cada Eucristía.

Seamos unos o seamos otros, todos nosotros debemos hacer el camino de humildad que hará Pedro en el diálogo íntimo con Jesús. Reconocernos pecadores y a su vez llamados a compartir la misión de Cristo. Y animarnos a vivir los procesos de reconciliación necesarios para asumir que somos realmente amados por Dios que nos conoce plenamente, y que su amor es gratuito e incondicional.

Que Jesús Resucitado nos regale a todos la experiencia honda de su amistad y que ella nos comprometa para la misión. Y que con el apóstol Pedro podamos decirle al Cristo viviente, “Señor” tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Que Dios nos bendiga y fortalezca.