Domingo 12 de Julio del 2020 – Evangelio según San Mateo 13,1-23

lunes, 6 de julio de
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Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”.

Los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”.

El les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure.

Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.”

Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino.

El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.

El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.

Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.

 

 

Palabra de Dios

 

Padre Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

La del sembrador es una parábola conocida. La explicación de la misma la da el mismo Jesús. Por eso, quisiera  compartir las implicancias de que la semilla caiga en tierra fértil o no.  Lo podemos interpretar de la siguiente manera: hay dos maneras de vivir, con Jesús o sin Él. Así de claro. Y esto es lo que se ve reflejado en el evangelio de hoy.

Jesús habla por parábolas pero lo que hace que muchos no oigan, no vean, no entiendan, no son las parábolas de Jesús sino en definitiva la cerrazón del corazón. Tienen el corazón cerrado. Y por más que Jesús les hable, les explique, les tenga paciencia y los invite a la conversión del corazón, ellos van a seguir en la suya.

Es que es difícil esto de apostar toda la vida por seguir a Jesús y vivir en consecuencia con los valores del Reino…

Por eso creo que hay dos maneras de vivir y que son irreconciliables: o vivimos con Jesús y hacemos una opción fundamental por él y por los valores del Reino, nos comprometemos en la lucha por un mundo más justo, más fraterno y más solidario, nos tomamos tiempos para reencontrarnos con nosotros y con Jesús o… todo lo contrario: vivimos encerrados en nosotros mismos mirándonos el ombligo y pensando que somos el centro del mundo y que lo que nos pasa a nosotros es lo más importante y siempre estamos pensando en nosotros y en los “me”: lo que “me” gusta, “me” cabe, “me” define, “me” hace bien, “me” satisface, “me” da placer, “me” da seguridad…

Por más terrible que parezca hay muchos que viven en ésta. Y nosotros tampoco nos escapamos; hay una parte del corazón que tira para este lado: a cortarnos solo, hacer la nuestra, vivir para nosotros y mirar para el costado cuando pasamos frente a otro que tiene necesidad. Cuando pasamos de largo y miramos para otro lado. O solamente pensamos en el propio yo. Cuando nos nace del fondo del corazón esa tentación a erigirnos en maestros de la verdad, o tan sólo buscamos un futuro personal de autorrealización para “salvarnos la vida” y poder vivir bien a costa de los demás.

Esto lo tenemos que atajar rápido. Porque a medida que pasa el tiempo el corazón se enquista en el propio yo y se va endureciendo. Se endurece y se endurece cada vez más. A tal punto que pasa lo de Jesús: miran y no ven, escuchan y no oyen, se endurece su corazón y no pueden ya entender. Es lo que les pasa a muchos: el Evangelio, Jesús y la Iglesia han sido lindos momentos de la adolescencia y juventud. Pero la vida les pasó por encima. Ya no saben quiénes son. No saben para qué viven. Y de a poco no sólo el corazón se endurece, sino que la vida se seca. Vivir así y empezar a vivir el infierno del absoluto sinsentido es cuestión de tiempo.

Es lo que suelo decirles a los jóvenes cuando volvíamos de los viajes a Santiago del Estero: “no sé qué van a ser cuando sean grandes. Pero lo que sí sé es que yo los vi felices jugando en escuelas rurales con niños pobres y tomando mate bien dulce en sus casas y en sus ranchos, encontrándose con ellos y compartiendo la vida y la fe. Lo que yo les pido es que entonces no se mientan: cuando sean empresarios de plata, tengan un puesto importante en alguna empresa, hagan plata, tengan su familia y sus hijos, acuérdense, sólo por un instante de lo que pasó en este tiempo. Ustedes pueden mentirle al mundo. Pero no me mientan a mí ni a ustedes: porque por más vida que pase yo lo vi felices jugando con nenes en medio del monte y sirviendo por amor a los más pobres…”

Hay dos maneras de vivir. Que el Señor nos dé la gracia de vivir siempre con sentido, entregando la vida por amor a aquellos que nos revelan también el rostro de Jesús: los pobres.