Domingo 14 de Agosto de 2022 – Evangelio según San Lucas 12,49-53

miércoles, 10 de agosto de
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Jesús dijo a sus discípulos: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Palabra del Señor

 Padre Marcelo Amaro  | Sacerdote jesuita

 

 

 

 

“He  venido a traer fuego”, dice Jesús. Y es así, su vida y su palabra, la gracia que derrama sobre nosotros, no puede ser pasiva ni intrascendente. Si Él ha tocado nuestro corazón, si creemos en Él y le creemos a Él, estamos invitados a dejar que nos impulse por dentro para transformar la vida, para quemar lo viejo, para elegir todo lo que humaniza y luchar con lo que nos hunde en el egoísmo, y para que “armemos lío” del bueno, de esos líos que valen la pena, que luchan por el amor y la verdad.

El bautismo que vivió Jesús y el que nos llama a vivir como Iglesia, es un bautismo por un lado de conversión, nos lava del pecado que nos aísla y divide, nos trae el perdón y derrama sobre nosotros todo el amor de Dios que nos abraza como Padre; pero, también, nos convoca y nos impulsa a una misión, su misma misión, aquella que nos invita a buscar y anunciar la fraternidad del Reino, en un mundo quebrado, en una humanidad sufriente y en una historia que siempre se abre a la vida y la esperanza.

“He venido a traer fuego”, dice el Señor: y anhela transformar el mundo, conmoviendo al corazón endurecido del ser humano, para que pueda abrirse al gesto solidario, a la ternura, al reconocimiento de la dignidad humana, y vuelva su rostro hacia Dios. Es necesario que el amor de Dios incendie el mundo y haga cenizas todo lo que arruina el buen corazón de cada persona.

Parece que nuestra identidad cristiana, vivir la aventura de la amistad con Jesús, nos hace reconocernos como llamas, como pequeños fuegos encendidos desde el mismo corazón de Cristo, y enviados a que nuestra acción y nuestra palabra sea transformadora, en lo simple y cotidiano, en lo que tenemos tan a la mano y, quizás, también, en esos proyectos amplios, que movidos por la gracia de Dios impactan fuertemente en la realidad.

Cuidado, no lo grande sin lo pequeño; a veces, nos podemos embarcar en causas gigantescas e impactantes, pero descuidando la relación fraterna y la bondad del corazón. Así no seremos llamas transformadoras al modo de Cristo. Solo estaremos buscándonos a nosotros mismos. Solo el amor genera amor.

Ahora bien, esta misión que nos da la amistad con Jesús, siempre traerá conflicto en nuestra vida. Vivir el amor al modo de Cristo, buscar que nuestros pasos por esta historia valgan la pena y construyan un mundo más humano, no será fácil y no será muchas veces comprendido aún por parte de quienes amamos y nos aman. Muchos pensarán que hemos enloquecido, aún en el seno de nuestras familias. Muchos creerán que no se puede ir contra la cultura de buscar primero el propio beneficio; muchos nos podrán desanimar, criticar, etiquetar y apartar.

Son cruces que, al modo de Cristo, estamos invitados a cargar con amor y junto a Él. Al que cree en el amor, al que ha experimentado ese fuego que viene de Dios, nada ni nadie lo puede obligar a dejar de amar. Que seamos esos pequeños fuegos, locos por Cristo, y que busquemos encender nuestra realidad con la luz de su amor. Que Dios nos bendiga y fortalezca.