Después que Judas salió, Jesús dijo: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden venir’. Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”.
En este quinto domingo del tiempo pascual, la Iglesia nos invita a volver al discurso de Jesús en la Ultima Cena, cuando despidiéndose de sus discípulos les dejará el encargo más importante. Abriendo su corazón y dándole sentido a todo lo que va a vivir durante su entrega final, Jesús dirá que su vida y su muerte es la comunicación misma del amor infinito de Dios Padre por todos y cada uno de nosotros, y nos encomendará que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado.
Aquel Jueves Santo, Jesús era consciente de que lo iban a traicionar, y sería expuesto a un gran sufrimiento como consecuencia del rechazo del mundo a sus gestos y palabras. Pero Él sabe también que vale la pena amar con todo el corazón a Dios que es su Padre y a la humanidad que son sus hermanos, y no deja apagar el motor del amor que mueve su vida y que en aquel momento le llevará a su entrega plena y definitiva. El Reino de Amor, que tanto predicó, el amor del Padre que nos comunicó, es más fuerte que todas las fuerzas que quieran derribar su confianza en Dios y apagar su voz. El amor que predicó lo vivirá hasta el final y esta es la fuente de la salvación para todos. Y en esa entrega de amor que vive con fidelidad en un contexto de traición y rechazo, Jesús da gloria a Dios y el Padre lo glorifica a Él.
Jesús nos ama con el amor del Padre y esta unidad que nos hace presente el misterio de la Trinidad, no nos es ajena, Jesús se une a nosotros con ese amor que se entrega hasta el extremo y que persiste a pesar de que no lo entendamos, de que lo rechacemos o lo menospreciemos. Somos salvados gracias a ese amor.
Pero este Dios que es Amor y que nos ha manifestado su amor en Jesucristo, nos involucra en el amor, nos pide que nos amemos, y que sus discípulos seamos testigos de ese amor que no se rinde y que persiste, ese amor que nos impulsa a perdonar una y otra vez y que asumirá con la alegría de la fe el dolor que venga en consecuencia.
El amor es cosa seria, y en esto consiste el centro del mensaje cristiano, por eso es necesario que quienes creemos en Jesús y creemos en su mensaje nos unamos a Él en esta tarea de amar hasta el final. Que demos testimonio de este amor que nos salva, que nos reconcilia y que da sentido a la vida.
Si Jesús nos amó de esta manera debemos amarnos los unos a los otros, así como somos, aceptándonos, y buscando lo mejor para los demás. Cuántas veces nos podemos encontrar buscando amar a Dios con ritos y oraciones, pero todo eso se vuelve vacío si no hay un esfuerzo real y cotidiano de vivir procesos de amor y reconciliación entre nosotros, con nuestros hermanos, con la humanidad entera. Solo el amor abre las puertas del Reino para la humanidad, primero el amor de Cristo, y con él, el amor que cada uno de nosotros sembremos en este mundo siendo forjadores de unidad. Que Dios nos bendiga y fortalezca.
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