Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'”. Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.
La propuesta del Reino es un camino difícil. Seguir a Jesús en nuestra historia es la apuesta por el amor y la reconciliación; implica comprometernos a trabajar en nuestra vida cotidiana por esa fraternidad que muchas veces nos cuesta vivir; nos impulsa a reconocer la igual dignidad de cada ser humano, para romper con tantas tendencias que discriminan, desprecian y matan. Seguir a Jesús, respondiendo a su llamado, nos mueve a buscar la voluntad de Dios que está presente siempre, que nos ama con locura, y que nos involucra en su acción por el bien de la humanidad.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos exhorta a la lucidez y a la fe firme, frente a las adversidades que nos salen al paso, comparte con nosotros su confianza infinita en Dios Padre bueno, que busca siempre nuestro bien. Consciente de las dificultades del camino, Jesús nos advierte que debemos orar siempre y sin cesar, suplicando en los tiempos de angustia, en los momentos duros que buscan apagar la llama que Dios ha encendido en nuestro corazón.
La oración nos une a Dios; la súplica no es una respuesta pasiva de quien está en medio de dificultades. La oración es la acción de quien confía en que Dios está trabajando por nuestro bien, en las buenas y en las malas, y nos suma a su acción bondadosa; nos impulsa a no desfallecer ante la adversidad, nos hace conscientes de que siempre estamos acompañados de Dios que nos ama y nos llama.
Miremos a Jesús, cómo vivió incesantemente rezando al Padre; cómo se dejó guiar por el Espíritu de Dios durante todo su camino. Miremos cómo su oración lo unió al Padre de tal modo que era uno con Él, y cómo suplicó al Padre para asumir las consecuencias dolorosas de su amor y vocación. La oración incesante que nos invita a vivir Jesús, nos dice que nunca nos separemos de Dios y que siempre confiemos en Él. Esa oración incesante a Jesús lo llevó a ser un hombre pleno, lo impulsó al amor comprometido y fiel, le dio las fuerzas para permanecer en la búsqueda de la voluntad de su Padre.
Y nosotros, también debemos ser conscientes que en los tiempos duros necesitamos rezar con más fuerza, porque frente a las dificultades podemos desfallecer, podemos rendirnos, podemos abandonar lo bueno, lo que nos hace vivir con libertad y con sentido. Orar, orar siempre y sin desfallecer. Como aquella viuda de la parábola que nos cuenta el Señor, que buscando justicia, no cesaba de suplicar a un juez que no le importaba nada. Sin embargo, por su insistencia, éste accedió a su pedido.
Pues Dios no es como ese juez indiferente, Dios es Padre amoroso que siempre busca nuestro bien. En tiempos de crisis y angustia insistamos en la oración, fortalezcamos nuestra fe y se abrirán caminos, se fortalecerá nuestro corazón, y el tiempo oscuro será también una oportunidad para crecer y para amar. Que cuando venga el Señor nos encuentre hombres y mujeres de fe, que en este mundo y en esta historia, hemos perseverado en el amor en medio de adversidades, y que eso redunde en el bien de toda la humanidad.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.