El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
La Pascua de Cristo se nos brinda como fuente de alegría y esperanza para el camino, aún en los momentos difíciles que como humanidad estamos viviendo. La resurrección es faro e impulso para nuestros pasos, es fiesta de la salvación.
Ante los signos de la resurrección que nos vamos encontrando en nuestra vida, podemos responder como en el Evangelio de hoy, de tres formas distintas. La primera es la respuesta de María Magdalena: ella ve quitada la roca que sellaba el sepulcro, y sacando conclusiones apresuradas, que se han llevado el cuerpo del Señor… se cierra a otra explicación, perdiendo memoria de lo que el mismo Jesús les había anunciado. María Magdalena ama al Señor, ha sido una fiel discípula, pero su tristeza le embota el corazón, y reacciona, al menos por el momento, con una explicación sin trascendencia, sin fe, sin esperanza.
La segunda respuesta es la de Pedro que, al entrar al sepulcro, ve las vendas en el suelo y el sudario doblado en un lugar aparte. Mira, investiga fríamente, ve los signos… pero estos no le dicen nada, no descubre en estas huellas lo que ellas están anunciando. Aún la realidad de la resurrección de Jesús no le toca el corazón.
La tercera es la respuesta del discípulo amado, que entra al sepulcro en último lugar, pero se abre a la experiencia de la Fe; el Evangelio nos dice que él vio y creyó. Es la experiencia de quien deja que la alegría de la Pascua se haga patente desde los ojos interiores que ven lo esencial, que miran con fe y acogen el sentido de lo vivido junto al Señor. Es que es la Fe es la única manera de acceder al reconocimiento de la Pascua de Jesús, de su vida plena y, así, abrirse a la alegría y comprometer la vida en su seguimiento, compartiendo con Él sus convicciones, su modo de amar y su destino.
Y nosotros ¿cómo vivimos la Pascua de Jesús? Como quien sospecha y se enreda en desesperanzas como fue la primera reacción de María Magdalena; como quien investiga fríamente, reconociendo signos pero que no se deja tocar el corazón, así como le sucedió a Pedro en esta instancia; o como quien cree y abraza la alegría de la resurrección como lo hizo el discípulo amado desde que se percató de los signos de vida que encontró en el sepulcro, aquel lugar de muerte.
La fe en el Resucitado nos compromete la vida y nos impulsa al seguimiento del Señor, inunda con su significado nuestra manera de mirar y de actuar en nuestro mundo procurando vivir la fraternidad del Reino, esa que Jesús predicó, y la que Dios confirma como camino de plenitud al resucitar a su Hijo. Pidamos la gracia de ser nosotros como aquel discípulo amado, que abrazó la fe generosamente y dejó que el Resucitado le cambiase radicalmente la vida. Que Dios nos bendiga y fortalezca. Feliz Pascua de Resurrección para todos.