María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
Ya falta poco para la Navidad, y el evangelio de este cuarto domingo de Adviento nos ofrece algunas pistas para vivir esta fiesta con sentido y hondura, y abrirnos así, en estas circunstancias que nos toca vivir, a su mensaje de esperanza.
Fijando la mirada en el encuentro de María con su prima Isabel, podemos prepararnos para celebrar el encuentro de Jesús, con toda la humanidad y con cada uno de nosotros… Dios nace en nuestra historia y viene a salvarnos.
Es María llevando Jesús en su seno quien toma la iniciativa, se pone en camino y va a visitar a Isabel quien ya estaba en el sexto mes de su embarazo. Miremos a Isabel y a su hijo Juan y pidamos la gracia de poder vivir la Navidad con sus mismos sentimientos.
En primer lugar nos sale al paso la alegría. Esa alegría inexplicable, una alegría que irrumpe y que Isabel experimenta porque su hijo saltó en su vientre al escuchar el saludo de María. Isabel está conectada con su interior, puede sentir, contemplar y acoger la reacción de su hijo, hace suya esa alegría y sabe leerla como signo de Dios. Isabel se deja tocar el corazón y confía. La alegría profunda, interna, la alegría que viene como un don, esa alegría que nos abre al amor y a la esperanza viene de Dios. Busquemos también nosotros abrir el corazón a esa alegría.
La segunda actitud es el asombro: Isabel se sorprende de la visita de María. Le dice: “quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme”. Un asombro que solo se hace posible desde la humildad. Y sí, es que desde el orgullo no nos sorprende nada, nos adueñamos de todo o nos sentimos merecedores de todo. La humildad nos abre a apreciar la novedad, nos abre a apreciar lo que es don. Darnos tiempo para volver a considerar y volver a sombrarnos de la sorpresa del Dios con nosotros. El amor se ha hecho presente de la manera más simple y hermosa, y el asombro nos permitirá hacerle sitio en esta Navidad.
Por último abramos nuestro corazón a la alabanza: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”, esa fue la alabanza de Isabel. La alabanza implica reconocimiento y también implica la acción, no se queda en palabras sino que se traduce en actitudes. ¿Qué ha hecho María para que Isabel la bendiga? Ha aceptado el plan de Dios, María es la mujer que ha confiado. Quien alaba no solo reconoce, sino que se pone en sintonía y se abre a la disponibilidad para que ese niño que viene en la Navidad, transforme su vida, como le sucedió a María.
Que Dios nos regale vivir estas fiestas desde la alegría, el asombro y la alabanza, y que podamos creer en las maravillas que Dios hace en nosotros para el bien de la humanidad cuando creemos en sus promesas. Que Dios nos bendiga y fortalezca.