Domingo 19 de Enero del 2020 – Evangelio según San Juan 1,29-34

viernes, 17 de enero de
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Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel”.

Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él.

Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo’.

Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios”.

 

Palabra de Dios


Padre Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

La Palabra de hoy nos regala dos títulos más que Juan va a desarrollar a lo largo de su evangelio: Cordero de Dios e Hijo de Dios. Los dos títulos van a tener un sentido muy profundo a lo largo de toda la vida de Jesús y de la primera comunidad cristiana. Uno por ser aquel que se identifique con el cordero pascual judío que era inmolado en la fiesta de la Pascua, siendo así Jesús el verdadero Salvador de todos los pecados; el otro para mostrar que siendo Hijo y salvándonos, nos hace hijos a todos nosotros.

Y una de los rasgos fundamentales de hoy es que Juan el Bautista muestra a sus discípulos, y al resto de la gente que asistía a él en el Jordán, la verdadera identidad de Jesús. Lo describe como Salvador y el que bautiza con Espíritu Santo. Juan bautizaba con agua e invitaba a la conversión. Jesús va a bautizar con Espíritu y fuego y va a ser verdaderamente salvador de los pecados. Jesús nos reconcilia directamente con el Padre y nos regala la vida de su gracia. Juan es quien anuncia a Jesús, lo señala y descubre su verdadera identidad.

Hoy a nosotros nos puede pasar de la misma manera. Es decir, damos gracias por todos aquellos “Juan el Bautista” que a lo largo de nuestra vida nos han señalado a Jesús como Salvador de nuestra vida y de nuestra historia. Y es muy lindo el hecho de poder hacer el ejercicio de darle gracias a Dios por todas aquellas personas que nos han hecho acercarnos a Jesús. Rezar por ellos. Pedir por ellos. Evocarlos.

Sin embargo hay algo que tenemos que saber valorar y vivir a fondo en nuestra vida si queremos ser verdaderamente seguidores del camino de Jesús. Una cosa será creer en Jesús porque otro me lo dijo, otro me guió, otro hizo posible el encuentro, otro me mostró algo de la vida de Jesús; y otra cosa será ya hacer experiencia de encuentro personal con el acontecimiento Jesús de Nazaret, el acontecimiento central de nuestra fe. Es decir, una cosa será creer porque otro me dijo o porque otro hizo experiencia, porque otro sigue a Jesús, porque otro me supo mostrar el camino; y otra muy distinta será la de hacer yo personalmente la experiencia de seguir a Jesús y encontrarnos cara a cara con él. Esto va ser determinante en nuestra fe: ya no creemos porque otros nos han dicho de creer, sino que nosotros mismos creemos porque nos encontramos personalmente con Jesús y en la intimidad del Corazón al corazón, hemos hecho experiencia de él, de su amor y de su ternura.

Así será nuestra fe entonces. No creer en Jesús por lo que otros nos han dicho acerca de él, sino por lo que nosotros hemos experimentado, hemos vivido, nos hemos encontrado con él. Por eso lo primero no será el catecismo, los dogmas, los libros, todo lo que otros hayan dicho de Jesús, sino que lo primero será hacer experiencia de encuentro personal con el Dios hecho hombre que sana, salva y libera. Así nos lo recuerda Francisco a través de aquello que escribía Benedicto XVI en su introducción a Deus Caritas Est: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…”

En lo personal, te cuento cuáles son los cinco lugares que a lo largo de mi vida me han ayudado a hacer experiencia de Jesús:

1-      La Palabra de Dios: leer la Biblia y el evangelio del día me parece clave en el seguimiento de Jesús. Ahí Jesús nos revela quién es, qué quiere de nosotros y de esta manera nosotros podemos responder.

2-      La Eucaristía: no sólo el celebrar la Eucaristía, que es mucho más que “ir a misa los domingos”, sino rezar frente al sagrario y la adoración eucarística. La celebración comunitaria de nuestra fe.

3-      La comunidad: es la convicción de que a Jesús lo seguimos en comunidad y nadie se corta solo. La fe, la vida, la experiencia de Jesús se vive en comunión con aquellos que creemos de la misma manera.

4-      Los pobres: es en el servicio a todos aquellos hermanos y hermanas que de diversísimas maneras sienten la vida y la fe amenazadas, vulnerada en sus derechos y junto a ellos, a través del servicio y la comunidad, buscamos un mundo más digno de ser vivido.

5-      Y… esta te la dejo a vos, para que te animes a pensar, rezar y escribir ese lugar o lugares donde hacés experiencia del acontecimiento Jesús. ¡Ojo! No porque otros te lo hayan dicho o esté en los libros, sino porque de ello se alimenta nuestra fe, la tuya y la mía.

Que tengas un lindo domingo en este tiempo ordinario que empezamos a vivir y será, si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.