Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
La bondad de Dios es infinita y su amor por cada uno de nosotros lo es también. Jesús es la manifestación plena de ese amor vivido hasta el extremo, durante toda su vida, con palabras y con obras. Quizás valga la pena que recordemos el momento culminante de la cruz, cuando el Señor, condenado injustamente, despojado de todo, abandonado y herido, en medio del dolor, reza al Padre diciendo: “perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Es el amor que ha aprendido del Padre el que animó su vida y, es ese mismo amor, el que lo hizo vivir y morir como un hombre libre y pleno. Porque el amor no se impone, el amor se elige y, si es verdadero, se expresa en la vida fraterna que nos invita a vivir el Reino.
Esta misma actitud vital es la que nos llama a vivir Jesús, haciéndonos así parecidos a nuestro Padre celestial que concede sus bienes a todas las personas, prescindiendo de que sean buenos o malos. Lamentablemente, eso que es para todos con nuestras actitudes lo robamos, nos lo adueñamos, lo compramos, lo vendemos, lo despreciamos y, podemos reconocer, que este mundo creado para todos y para que nos amemos, lo podemos convertir hasta en un infierno.
Solo el amor nos salva, y Jesús nos llama a sumarnos a ese amor que nace del Padre. Y eso nos interpela a todos, porque la pregunta que se nos formula es ¿Querés sumarte a ese amor? ¿Querés unirte con tu vida y con tus actitudes a ese amor que brota del corazón de Cristo e inunda y salva al mundo? Porque solo desde nuestra libertad le podemos decir un sí lúcido y pleno.
Atentos, porque si queremos vivirlo tendremos que romper con lógicas vengativas y rencorosas tan justificadas en nuestra vida cotidiana. Jesús es claro, y nos lo advierte: amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para que sean hijos de su Padre celestial que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos.
Cuánto que aprender de Cristo, cuánto que vivir de forma nueva, cuántas miradas agresivas o indiferentes para convertir, cuántas palabras hirientes que callar, cuántos odios y rencores que dejar de justificar. Si queremos sumarnos a su amor salvador, tendremos que animarnos a hacer procesos de reconciliación y a buscar ser proactivos en el amor; un amor contracorriente, un amor que no deje de buscar el bien, un amor perseverante, más allá de la respuesta del otro. En suma, un amor como el de Jesús. Y no cabe más que volvernos a preguntar: ¿Queremos vivirlo? De eso dependerá nuestra actitud frente a la vida y, si Jesús tiene razón, de eso dependerá nuestra plenitud. Que Dios nos bendiga y fortalezca.