Domingo 1º de Marzo del 2020 – Evangelio según San Mateo 4,1-11

viernes, 28 de febrero de
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Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”.

Jesús le respondió: “Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.

Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”.

Jesús le respondió: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.

El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme”.

Jesús le respondió: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”.

Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

 

Palabra de Dios

Padre Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

Empezamos con este texto del Evangelio a transitar nuestra Cuaresma. Tiempo privilegiado por sobre otros tiempos para replegarnos un poco sobre cada uno de nosotros y poder examinar nuestra vida, nuestra mirada, nuestra conciencia y nuestro corazón. Tiempo privilegiado no para poner cara larga y caer en ritualismos sin sentido, sino para ahondar en el misterio de la vida y llegar al propio pozo de las verdades auténticas de uno, de cara a sí mismo, a los hermanos, la Casa Común y a Dios.

Así es que este texto de Mateo donde se narran las tentaciones de Jesús es un lindo ensayo para poder poner de alguna manera el telón de fondo de lo que va a pasar en Cuaresma. El texto nos dice que Jesús fue llevado al desierto por la fuerza del Espíritu. Es decir, Jesús siente en su interior que tiene que caminar el desierto. Aparece de manera hostil, con grandes amplitudes térmicas, casi inhóspito. Sin embargo el sentido que Jesús le va a dar a su ida al desierto no es más ni menos que para ser tentado.

De alguna manera Jesús sabe que si comienza su misión, esta tiene que forjarse de manera especial. Por eso el desierto. No como lugar, sino como signo: el lugar en el que será probado.

Las tres tentaciones que Jesús siente en su vida en el desierto se pueden agrupar en tres tentaciones comunes y bien conocidas por nosotros. La podemos llamar las “tres p”: poder, placer, poseer. Tiene ese efecto y la peor de todas es la del poder. Porque si bien poseer y placer son comunes y arduas, difíciles de combatir y vivimos en una sociedad de consumo completamente funcional a estas dos actitudes de vida, lo que más conmueve nuestro espíritu mundano es el poder. Ya el hecho de escribir la palabra, de pronunciarla o de oírla nos genera algo.

El mundo gira ciegamente en vértigo y vorágine en la búsqueda de poder. Pensamos que el poder lo puede ser todo y ser el remedio de todos los males. Porque al fin y al cabo nos gusta sentirnos no sólo importantes, sino que ahí está puesta nuestra valía. Nos gusta pensar y sentirnos que en definitiva somos más y valemos más: por lo que tenemos, por los bienes, el trabajo, el barrio, el auto, los estudios, el reconocimiento de los otros, los títulos y nombramientos, , mi clase social… Es una de las peores tentaciones y es con la que Jesús lucha a muerte, no sólo cuando es tentado en el desierto, sino a lo largo de toda su vida. Podemos decir que todo el Evangelio no es sino una gran pelea de Jesús y su incipiente Iglesia contra la voluntad de poder.

Por lo tanto, nosotros que somos sus discípulos y somos su Iglesia, vamos a experimentar necesariamente la misma tentación. En todo momento y en todo lugar. Pensar que somos alguien y que ese alguien es mucho más que los otros.

La tentación forma parte del misterio del mal que no es querido por Dios, pero lo permite para sacar bienes mayores. Entonces nace el desafío: sabiendo que la tentación no es pecado, sentirla, experimentarla, olerla, sufrirla, no es ocasión para la desesperación sino justamente para todo lo otro. ¡Qué paradoja! Las tentaciones terminan siendo oportunidades para aumentar por la gracia el don de la fe. Las tentaciones que tengamos que experimentar sólo se entienden como oportunidades para darnos cuenta que somos barro y espíritu, fragilidad siempre nueva, humanidad en construcción y que podemos desde este tipo de circunstancias, fortalecer nuestra fe para creer más y mejor en Jesús como Señor y Salvador de nuestra vida, poniendo nuestras fuerzas no en nuestra sola voluntad sino en la fuerza de la gracia del Espíritu de Jesús, que nos lleva a afianzar aquello en lo que creemos y la pertenencia a Aquel a quien le creemos.

Bendita tentación que nos lleva a afrontar nuestra vida y ponerle el rostro, para no escapar, sino para asumir y pelear. Y así ver fortalecida nuestra fe.