Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes».
El Evangelio de este domingo es muy exigente para quienes queremos ser discípulos de Jesús. Se nos pone delante de un grupo de gente nos odia, maldice e injuria.
Jesús nos invita a reaccionar de una forma distinta a las dinámicas de la autodefensa, de la venganza, del rencor o del responder con la misma moneda. No es eso lo que quiere Jesús. La actitud de sus discípulos debe ser como la suya, debe ser proactiva y positiva: buscar siempre hacer el bien al otro y rezar por él. El “amor” que Jesús nos invita a vivir va unido a esta actitud de búsqueda del bien de los demás, incluyendo a nuestros enemigos. Un amor que Él mismo vivió hasta el final, como cuando en su pasión sana la oreja del soldado herido, o cuando desde la cruz rezará diciendo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.
Jesús nos comunica su forma de amar y lo hace no para ponernos ni pruebas en el camino al cielo, ni metas difíciles para hacernos la vida más complicada. Esta forma de amar que él mismo vivió, es el amor que crea fraternidad, que respeta la dignidad del ser humano, es el amor que descubre y se involucra con el Reino de Dios. Quien camina de esta manera por la vida, lo hará con sentido y vivirá plenamente, al modo de Jesús.
El amor que nos invita a vivir Jesús, no puede jamás ser una reacción a la actitud de los demás. Quien quiera amar de verdad, quien quiera llevar el amor fraterno como bandera en su vida, tiene que ser proactivo, y siempre llevar adelante esta actitud positiva.
Recuerdo el testimonio de una joven cristiana de Colombia que estaba involucrada en el proceso de paz. Ella fue martirizada por sus secuestradores y mientras entregaba su vida les decía: ustedes no conseguirán que yo los odie. Tremendo ejemplo de alguien que entendió la radicalidad del amor cristiano y hasta el final vivió su sí a la propuesta de Jesús, buscando que su vida y la de todos, apuntara al cielo aún la de sus enemigos.
Aquí Jesús nos comunica una regla de oro que puede ser la luz para ser proactivos en nuestra relación con los otros: Trata a los demás como te gustaría que te traten. Aquí se pide algo más que no hacer daño; se pide tratar bien a cualquiera. ¿Cómo te gustaría que la gente te trate, cómo te gustaría que la gente hable de ti, y se comporte contigo? Tenemos que ponernos en la piel de la otra persona y actuar como nos gustaría que ella se comportase con nosotros. Un gran consejo para llevarlo a la vida de todos los días. Jesús nos revela aquí su corazón que lo identifica con el Padre. Él vive y actúa de esa manera y nos pide que nos identifiquemos con él, que seamos compasivos como Dios Padre es compasivo.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.