Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude».
Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada».
Estamos en presencia de uno de los textos del Evangelio más interpretados a lo largo de todos los siglos: Marta y María. Ceo que tiene una riqueza muy profunda y grande y una actualidad digna de ser aplicada.
Considero un error terrible leer, meditar y contemplar este texto contraponiendo las dos figuras o identificándolas de una manera exclusiva y excluyente. Durante siglos hemos asistido a interpretaciones, sermones y homilías donde se identifica a Marta con la vida activa del cristiano y a María con la vida contemplativa. Y la peor interpretación posible es aquella que ha dicho que la opción de María y la de Marta son opuestas, forzándole decir a Jesús que lo que importa de veras es la actitud contemplativa de María y no la laboriosidad de Marta. Nada más ridículo y alejado de la realidad.
Marta hace lo que toda mujer, -además de hermana mayor-, de la época de Jesús tenía que hacer en presencia de un varón. Lo que hace Marta de ninguna manera puede ser considerado malo. Marta hace lo que tiene que hacer. Y en ningún momento del texto se dice que Marta no escucha a Jesús, sino que le reprocha que su hermana no la ayude. Nadie dice que Marta, trabajando, no escuchara a Jesús.
¿Entonces porqué Jesús dice que María se ha llevado la mejor parte? ¿Por haber escuchado sin trabajar? ¿Por no haber ayudado a su hermana? ¿Porque lo importante es la contemplación y no el trabajo?
María elije la mejor parte, no por no hacer lo que hace Marta, sino porque elije ponerse a los pies de Jesús y escucharlo atentamente. Es decir, elije el lugar del discípulo. Que dicho sea de paso, en la misma época de Jesús que mandaba a las mujeres a arreglar la casa y dedicarse a ordenar y limpiar, así también solo concebía que solamente los varones fuesen discípulos. Por eso el texto de hoy es revolucionario: en el lugar de un varón y que solo a los varones estaba reservado, aparece una mujer.
Fray Marcos cita algunos dichos rabínicos nos dan una pista de lo que pensaban de la mujer: “El que enseña la Torá a una mujer, le enseña necedades”. “Mejor fuera que desapareciera en las llamas la Torá, antes de ser entregada a la mujer”. “Maldito el padre que enseña a su hija la Torá”. Así era. El discipulado es solamente para los varones.
Por eso contraponer Marta a María es un infantilismo. María elige la mejor parte no por no ayudar en la casa, sino porque Jesús le otorga la dignidad que solamente estaba reservada a los varones. El problema de Marta no será tanto el trabajar escuchando a Jesús, sino no colocándose a los pies de Jesús, como hacían Pedro, Santiago, Juan…
De esta manera Jesús inaugura una tradición completamente nueva: la de hacer que su mensaje esté dirigido por igual a varones y a mujeres. Jesús será un maestro que va a tener discípulas y al que lo van a seguir mujeres. De hecho, van a demostrar más fidelidad. Nos basta el testimonio al pie de la cruz y la primera aparición de Jesús Resucitado a María de Magdala.
Todo esto nos lleva a repensar nuestro modo de ser iglesia, donde tenemos que pensar y repensar una y otra vez el rol de la mujer, sus presencias, sus ministerios, sus carismas y no podemos seguir aceptando que sean mano de obra barata para limpiar templos vacíos, dar catequesis porque no queda otra y cocinar cuando haga falta.
Hoy más que nunca en medio de tanta discusión, tanto pañuelo, tanta lucha por los derechos de la mujer, creo que nos viene bien a todos reflexionar sobre este texto. Jesús tiene discípulos y discípulas. Varones y mujeres. Es tiempo entonces de sentarnos todos a los pies del único Maestro, dejar de lado las ocupaciones, no porque estén mal sino porque pueden esperar, y dejarnos seducir el corazón por la pasión de un Dios derretido en caridad, que es de todos y viene para todos. Y alrededor de su palabra, proclamada, celebrada, compartida y repartida, hacernos comunidad. Sentarnos todos como discípulos por igual y fortalecer nuestro ánimo. Así, con comunidades fuertes, organizadas, ministeriales, carismáticas, igualitarias entre varones y mujeres, salir al encuentro de la vida, salir para compartir la alegría del Evangelio, salir para generar Cultura del Encuentro y que sean muchos más los que puedan por nuestro testimonio y vivencia, hacer experiencia de un Dios que llena de sentido nuestra vida.
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