En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”.
Hoy es la fiesta de la Ascensión del Señor. Así como en la Pascua celebramos la victoria de Jesús sobre la muerte, en la fiesta de la Ascensión celebramos su triunfo definitivo. Esta fiesta nos desafía y compromete, porque la Ascensión de Jesús no es motivo para quedarnos mirando al cielo. Hay que mirar a la tierra, al mundo entero, porque ahí, los amigos de Jesús, debemos continuar su obra contando con la fuerza del Espíritu y con la continua compañía del Señor.
Después de la Resurrección y durante cuarenta días, los discípulos habían sido visitados por Jesús; tuvieron con Él la experiencia de la reconciliación, de la paz, de la alegría; la experiencia de sentirse nuevamente instruidos sobre el mensaje del Reino. Pero, culminando este tiempo de novedad y consuelo, fue necesario asumir un tiempo de despedida y otro de bienvenida. Tuvieron que decir adiós al encuentro directo con el Resucitado, al encuentro sin mediaciones; ya no lo verían así nuevamente. Pero, al mismo tiempo, debieron dar la bienvenida y abrir el corazón a una nueva experiencia del Espíritu, que vendría a ellos y los animaría a vivir como amigos del Señor siendo sus testigos y servidores de su misión.
Llega el tiempo de hacer nuestra la misión, de ser parte de un pueblo que va por todo el mundo a predicar el Evangelio, a enseñar lo que Jesús nos dijo sobre Dios, sobre el ser humano y sobre el mundo, y a buscar que otros se sumen a este pueblo que cree en el amor, que busca vivir en medio de esta historia la fraternidad del Reino, y anuncia al mundo la salvación que nos viene del Señor. “Vayan por todo el mundo y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado”. Eso nos dice el Señor.Hoy, como en aquel tiempo, Jesús nos envía a proponer al mundo entero caminos de amor y reconciliación. Pero hacerlo con la vida misma, nuestra búsqueda de la fraternidad en medio de las dificultades será la mejor prédica de lo que Jesús nos enseñó a vivir. El Dios que predicamos, el Dios trinitario, es comunidad de amor, y el amor que buscamos vivir entre nosotros nos introduce en el mismo corazón de Dios, uniéndonos a Él. La fiesta de la Ascensión, es la fiesta del triunfo de Cristo, y esto implica una gran alegría para toda la Iglesia, pero también nos hace servidores y responsables de su misión; ahora Jesús nos deja la tarea a nosotros: somos sus manos, sus pies, su voz, para anunciar al mundo que Dios ha venido a salvar y que Jesús nos marca el sentido de la vida que se realiza en el amor. Él estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Que Dios nos bendiga y fortalezca.