Domingo 22 de Diciembre del 2019 – Evangelio según San Mateo 1,18-24

viernes, 20 de diciembre de
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Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.

Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: “Dios con nosotros”.

Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa

 

Palabra de Dios


 

Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

Ya empezamos a palpitar la Navidad. No sólo en los locales, comercios, publicidades… sino en nuestras liturgias y celebraciones. Cada vez falta menos.

Hoy nos podemos detener en José y la promesa cumplida a su pueblo: Israel. Y el nombre que le anuncia el mensajero por parte de Dios en sueños es Emmanuel: “Dios con nosotros”.

Decir esto no es una mera cosa al pasar sin importancia. Afirmar el misterio de la Encarnación, es afirmar también que Dios es un “Dios con nosotros”. Y esto significa mucho para nosotros.

Muchas veces nos hacemos la imagen de que Dios está en el cielo, ocupado en vaya uno a saber en qué asunto. A veces nos hacemos la idea de que Dios es un dios lejano, arriba, afuera. Aparece como un juez terrible y universal que dictamina sin piedad destinos universales, premiando a los buenos y castigando a los malos. Un dios que tiene para mí una única voluntad personal y específica que si no la descubro y no la cumplo, me condeno en el infierno. Un dios que mira más que nada lo que me falta: el pecado, el fracaso, la fragilidad, lo que no se me dio en la vida, lo que no pude hacer.

Nada de esto tiene que ver con el Dios de Jesús, cuyo nacimiento volvemos a celebrar el mismísimo miércoles. Jesús viene a decirnos que Él mismo es Emmanuel. Y si Él es “Dios con nosotros”, Dios no puede estar en el cielo. Afirmar a Dios como Emmanuel es afirmar que Dios es lo más íntimo de mí mismo, es esa fuerza vital que me habita y me hace capaz de grandes cosas, es la pasión que me motoriza a trabajar por la paz y la justicia, es el sustrato de mi ser, es aquello que activa mi impulso vital.

Si Dios es Dios con nosotros, no puede ser de ninguna manera lejano y ajeno a la historia de los hombres.

¡Yo no le soy indiferente a Dios! ¡Yo no le soy ajeno a Dios! ¡Yo no le soy extraño a Dios!

Estas convicciones son las que tenemos que afianzar una y otra vez en este tiempo cercano a la Navidad: mis pesares, mis angustias, mis dolores, mis alegrías, mis esperanzas, mis deseos, a Dios, no le son ajenos. Él los conoce. Él los padece. Él sufre conmigo y conmigo se alegra. ¿Por qué?  Justamente por eso que el evangelio de hoy nos regala: “Dios es Dios con nosotros”.

A Dios no lo busquemos más en el cielo, hermano. A Dios busquémoslo en los deseos profundos de tu corazón, busquémoslo en el impulso vital que nos hace pensar que estamos para grandes cosas, busquémoslo en el clamor de las víctimas, busquémoslo en el grito desesperado de alguien que pide que pongas tu vida al servicio.

No lo vamos a encontrar en los grandes acontecimientos. busquémoslo en las cosas pequeñas, sencillas, cotidianas de cada día.

Por eso, yo me acercaría un rato a rezar junto al pesebre. Abrazo, en el Corazón de Jesús.