Domingo 24 de Noviembre del 2019 – Evangelio según san Lucas 23, 35-43

viernes, 22 de noviembre de
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Después de que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: «Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!»

También los soldados se burlaban de Él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: «Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!»

Sobre su cabeza había una inscripción: «Éste es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

Pero el otro lo increpaba, diciéndole: «¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo».

Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino».

Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso».

 

 

Palabra de Dios


P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

El relato de la Pasión de Jesús que escuchamos y leemos en esta Solmnidad de Jesucristo, Rey del Universo, es una de las narraciones más importantes de todo el Evangelio.

Jesús encara definitivamente el sentido último de su misión y de su venida a este mundo: entiende que si quiere ser coherente con toda su prédica del Reino, del amor al prójimo, de la vivencia de los valores, del amor a los enemigos, de poner la otra mejilla, de vivir conforme a las Bienaventuranzas y no solo a los mandamientos, tiene que entregar su vida por amor una última vez. Y por eso, para Lucas, es Rey.

Creo que esto es lo decisivo de Jesús. Toda su vida, desde el momento mismo de la Encarnación ha sido vivir en permanente actitud de servicio a los demás, privilegiando a los pecadores, los pobres, las prostitutas, los publicanos, los enfermos, los excluidos, los enfermos. Toda la vida de Jesús es una permanente entrega a favor y por amor a los demás. Es lo que llamamos la “proexistencia”: vivir permanentemente a favor de los demás llegando incluso al olvido de uno mismo. Jesús es el colmo de la renuncia del “todo-para-mí” a favor del “todo-para-los-demás”. Así vive Jesús su vida. Así se pasa la vida Jesús: amando a sus hermanos, existiendo a favor de los otros y no buscando el beneficio propio. Incluso en el martirio de la Cruz, mira con ternura al “buen ladrón” y le promete la entrada al Reino Definitivo. Jesús es el que logra entender que el sentido de la vida, el sueño de Dios para cada ser humano es justamente no guardarse la vida para uno sino entregarla por amor a los demás.

Por ese motivo va a la Cruz. Por eso va a padecer. Por eso en definitiva va a morir. Va a aprovechar la traición del amigo, el proceso jurídico más injusto de la historia, los golpes, los insultos, la flagelación, la corona de espinas, las burlas, todo el dolor, toda la impotencia, toda la Cruz, para usarlo como elemento de salvación humana. Dios nos salva del Pecado por la muerte injusta de Jesús, que Dios rechaza y no quiere, pero que Jesús elige para que ninguna situación de injusticia, de traición y de muerte quede sin ser asumida por Dios. Dios elige morir para que el hombre no muera y viva.

Por eso me parece importante destacar que lo que mueve a Jesús a realizar la última entrega por amor en este mundo, no es un absurdo, ni es una prueba del Padre, ni es el amor masoquista a la tortura, el castigo y los clavos. Lo que motoriza y motiva a Jesús a entregar en la Cruz su vida es el amor. Y no un amor genérico. Es el amor que siente por vos, por mí, por todos y cada uno de todos los hombres que hemos existido, existimos hoy y vamos a existir. Por eso es Rey del Universo. Por los siete mil millones de varones y mujeres que caminamos a diario los caminos de este mundo. Dios elige morir en el escarnio de una Cruz porque yo, para Dios, soy importante. Yo, para Dios, valgo la pena. Mi vida, con todo lo que implica, con sus luces y sombras, con sus alegrías y tristezas, con sus dolores y esperanzas, con sus heridas y liberaciones, para Dios son importantes. ¡Yo a Dios le importo!

Frente a este Jesús puedo preguntarme entonces: me voy a seguir guardando la vida celosamente para mí buscando mi propio bienestar y confort, asegurándome la vida, calculando seguridades y guiado por miedo; o me quiero jugar la vida por amor a todos y cada uno de mis hermanos, sabiendo que en el servicio y en una vida de acuerdo con los valores del Evangelio hay más gracia y más libertad que en una vida que se encierra y se enquista para pudrirse en el egoísmo y la autorreferecialidad.

Siguiendo a San Ignacio de Loyola, cerrando el Ciclo Litúrgico con el relato de la Pasión, puedo preguntarme: ¿Qué hice por Jesús? ¿Qué hago por él? ¿Qué estoy dispuesto a hacer por amor a Jesús..?

Que tengas una linda Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, abrazo fuerte en el Corazón de Jesús y será, si Dios quiere, hasta el próximo evangelio.