La historia es el lugar de nuestro sí a Dios, es el lugar para elegir vivir desde lo mejor que tenemos en el corazón humano, el amor que nos hace solidarios, el amor que construye fraternidad. La historia es la oportunidad que tenemos para caer en la cuenta de que nos necesitamos unos a otros y que nuestra vida no sería posible sin los demás; y así como hemos necesitado del cuidado y el cariño de otros para poder ser, otros necesitarán de nosotros.
Podemos también elegir el camino contrario; podemos vivir nuestra historia centrándonos en nosotros mismos. Podemos seguir caminos individualistas construyendo guetos, abriendo grietas, marginando y descartando a otros; no solo a través de la violencia explícita, la prepotencia o la discriminación enfermiza. Podemos alejar a los otros siendo indiferentes a su dolor y a sus necesidades; podemos eliminar a los otros simplemente centrándonos en nuestros gustos y placeres, dejando que esta dinámica llene nuestro corazón y nuestro tiempo, sin dejar espacio para la compasión y el servicio.
Éste es el drama que plantea Jesús con la parábola del rico y el pobre Lázaro. El primero dedicado a darse los lujos que quería y podía, sin ninguna sensibilidad hacia la necesidad de Lázaro y sin ninguna acción solidaria. El compartir su riqueza no estaba en su registro, la búsqueda del bien común o la conciencia social buscando el bien para los demás brillaban por su ausencia.
Pues la muerte fue el límite y esa grieta que con su actitud el rico construyó en su vida terrena, siguió presente en la eternidad. ¿Queremos compartir con Dios su sueño de fraternidad para toda la humanidad? ¿Deseamos ese amor pleno que viene de Dios y que abraza toda nuestra humanidad invitándonos a vivir para siempre en su Reino de amor y unidad? ¿Queremos que nuestra vida apunte al cielo para vivir plenamente y para siempre como hijos y como hermanos?
Porque si lo queremos realmente, nuestro sí tiene que darse en esta vida, en este tiempo, y más en las obras que en las palabras. Los pobres y necesitados de ayuda son la clave y, en este sentido son para toda la humanidad puertas del cielo.
¿Con nuestra vida tendemos puentes o construimos grietas? ¿Con nuestra libertad elegimos vivir fraternalmente amando y sirviendo en todo lo que podemos, o nos dejamos llevar por tendencias cómodas, discriminadoras y egoístas?
Tenemos la Palaba de Dios como faro y como testigo del amor que nos invita a vivir el Padre. Tenemos el testimonio de Cristo, nuestro amigo y salvador, que nos dice con su vida y con su entrega la importancia y la radicalidad del amor.
Que nuestra historia sea el lugar de nuestro sí a la vida eterna que nos promete el Padre, y que se hace posible desde la compasión. Quizás, haya muchos Lázaros que tenemos que comenzar a reconocer; quizás haya muchos dones y posibilidades de servicio que aún no hemos caído en la cuenta y que serán para nosotros fuente de fraternidad y alegría. Escuchemos a Dios, que todo nos lo ha dicho, y comencemos a cerrar grietas y a tender puentes en nuestra historia. Esto impactará para la vida eterna.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.