Domingo 26 de Marzo de 2023 – Evangelio según San Juan 11,1-45

viernes, 24 de marzo de
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Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.
Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?”. Jesús les respondió: “¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él”. Después agregó: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo”. Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se curará”. Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo”. Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.
Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”. Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”. Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?”. Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”. Y Jesús lloró.
Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”. Pero algunos decían: “Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?”. Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”. Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”. Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”. El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”. Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro | Sacerdote jesuita

La muerte es el límite más grande que nos sale al paso en esta vida. Aunque demos vuelta la cara ante ella, aunque la queramos negar, aunque no nos animemos a asumirla, aceptar que estamos vivos es aceptar que la muerte nos va a llegar en algún momento. El sufrimiento y la muerte de quienes amamos ciertamente no nos dejan indiferentes, nos duele y nos conmueve. Y en la medida que amamos más y nuestro corazón se abre a más personas, también nos exponemos más al dolor por el dolor y la muerte de los demás.

Es tan tremendo el límite de la muerte y la incertidumbre de cuándo llegará, que  a muchos les cuestiona el sentido de la vida, si valen la pena los esfuerzos, los desvelos, si vale la pena amar,  comprometerse y gastar la vida por los otros. Pero el amor nos gana el corazón, la capacidad de amar que llevamos con nosotros, y el amor concreto que recibimos y que se siembra en nuestra vida es generador de una fuerza extraordinaria que nos impulsa para adelante, y que nos inspira dentro una deseo inmenso por la vida, llevamos dentro un impulso vital que desafía al límite tan evidente de la muerte y nos llama a la confianza, a la fe en Dios, quien puede dar respuesta a nuestro deseo de vida y plenitud.

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.» Así dijo Jesús en aquel tiempo y resucitó a su amigo Lázaro realizando así un signo visible de su poder frente al límite de la muerte. Pero así también nos los dice hoy a cada uno de nosotros: Él es la vida, pero no una vida que simplemente transcurre y malgasta sus días, sino una vida resucitada, una vida plena, una vida que da sentido a su tiempo porque la vida es para darla, para amar, para gastarla por lo que vale la pena, en síntesis, para dar gloria a Dios. Y una vida que apunta al cielo, una vida impulsada por la fe y por la confianza de que no hay límite que mate el amor y que rompa con ese impulso vital que llevamos dentro y que Dios mismo ha sembrado en nuestro corazón. La resurrección de Lázaro fue un signo para muchos, que viendo lo que hizo Jesús creyeron en Él; pero es la resurrección del mismo Jesús la que da sentido y fortalece nuestra esperanza; la que nos hace caminar con fe aún en medio de tiempos difíciles.

“Yo soy la resurrección y la vida, dice Jesús”. Tengamos fe en Él y creámosle a Él; en medio del dolor y del llanto  tengamos fe; atravesando dificultades y tiempos oscuros, tengamos fe; en los momentos en que parece que es la muerte la que ha vencido, tengamos fe. No una fe que nos ahorre el llanto, sino una fe que nos comprometa en el amor y en servicio. El amor que siempre se hace lugar, y el impulso vital que el Espíritu ha sembrado en nosotros, tiene sentido y vale la pena. No lo dejemos apagar. Jesús se nos brinda como fuente y como camino de nuestra vida plena en esta historia, pero además como respuesta a nuestra intuición y deseo de eternidad. Si Él ha resucitado, en su misericordia, resucitaremos con Él. Animémonos unos a otros a la fe en Jesús fuente de vida y plenitud. Que Dios nos bendiga y fortalezca.