Domingo 27 de Febrerdo de 2022 – Evangelio según San Mateo 6,24-34

martes, 22 de febrero de
image_pdfimage_print

Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ‘¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?’. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

 

Palabra del Señor

Padre Marcelo Amaro sacerdote jesuita

 

 

 

El seguimiento de Jesús es un camino de humildad, de libertad y de amor que nos impulsa a construir una convivencia fraterna, tan necesaria en estos tiempos en que la prepotencia, el orgullo y el poder han resquebrajado la paz y han provocado el dolor y la guerra.

La realidad de hoy nos impulsa a orar por la paz en el mundo y, a su vez, a trabajar por la paz en nuestro entorno; ser mujeres y hombres forjadores de un mundo justo y fraterno, que reconozca la dignidad de todo ser humano y que busque el bien común y no la preponderancia de unos sobre otros.

Quien quiera la paz ha de trabajar por ella partiendo del propio corazón, de la propia mirada, trabajando interiormente, lo que redundará en la acción reconciliadora y constructora de paz.

Hay que partir de la humildad que nos permita mirarnos a nosotros mismos con honestidad, reconocer nuestras fragilidades y luchas, reconocer nuestro pecado y sabernos en proceso de crecimiento y maduración. Bajarnos de los pedestales a los que muchas veces nos subimos, y ubicarnos como discípulos que tienen mucho que aprender de su maestro. Que no merezcamos el juicio de ser ciegos que guían a otros ciegos. Si pensamos que tenemos buena vista para andar juzgando y condenando a los demás, estamos bien despistados. Hay que volver a la humildad que es la verdad.

Siempre tenemos que mirarnos a nosotros mismos y reconocer nuestros fallos, y desde allí mirar a los demás. Qué bueno sería aprender a descartar esas miradas duras que al descubrir un error en los demás, endurecen sus juicios, condenan, critican, difaman, se burlan. Cuánto que aprender de la mirada respetuosa y fraterna, de la mirada que siempre parte del reconocimiento humilde del propio proceso, para luego actuar con caridad y buscando el bien. Siempre mirar la viga que tenemos en nuestro propio ojo, antes de juzgar y condenar al otro por la pelusa que descubrimos en el suyo.

Cuando criticamos y juzgamos, cuando respondemos con dureza, cuando somos intransigentes y prepotentes, nos hacemos daño a nosotros mismos y si miramos bien, veremos que las palabras que salen de nuestra boca, más que hablar de los demás, están hablando de los conflictos y las oscuridades que tenemos en nuestro propio corazón.

Ser constructores de paz en nuestra convivencia, implica partir de la humildad, aprender a mirarnos sanamente, con verdad y caridad, a nosotros mismos, y brindar esa mirada a los demás. Ser constructores de paz, implicará trabajar para dar frutos buenos en nuestra vida, y reconocer esos frutos en lo concreto de nuestra realidad, de nuestra relación con los demás. No nos engañemos, un árbol bueno da frutos buenos; pero si los frutos son malos, en lugar de justificarnos a nosotros mismos y acomodarnos en nuestras actitudes, animémonos a desandar caminos, a cambiar actitudes, a convertir el corazón…

La vida va bien orientada cuando construye la fraternidad del Reino, que busca la paz y la justicia, que busca el amor y la reconciliación. Que seamos constructores de paz. Dios nos bendiga y fortalezca.