Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. El respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: “Voy, Señor”, pero no fue.
¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
«El primero», le respondieron.
Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él».
¡Qué lindo es este Evangelio de hoy, esta Palabra de vida que nos regala Jesús en la liturgia de hoy! Consta de una pequeña parábola pero que va a tener un efecto definitivo y definitorio en las relaciones que se establezcan en orden a la fe en Jesús y en el Padre.
Jesús pregunta no “quién obró bien” sino más bien “quién cumplió la voluntad de su padre”. Porque estrictamente hablando y desde la mera lógica humana, el primero le responde de muy mala manera a su padre, casi cayendo en la deshonra: “No quiero”, le dice. Podría haber dicho otra cosa. Sin embargo, proclama lo que brota desde el fondo de su corazón: No quiero.
Si nos guiamos por quién obró bien, podríamos decir el segundo. Ahora si nos preguntamos en profundidad quién cumplió la voluntad del padre, sin lugar a dudas el segundo. ¿Por qué? Porque le di cumplimiento a la voluntad del padre en su vida no con palabras sino con arrepentimiento y con obras. Fundamentalmente con obras.
Esto no quiere decir de ninguna manera que no importe la palabra, pero tenemos que creer definitivamente que, como nos enseña San Ignacio de Loyola, el amor está más en las obras que en las palabras. Y no hay que olvidar que Jesús está hablando con fariseos: personas que hablaban mucho de Dios, pero que poco hacían por él; se llenaban la boca con palabras lindas pero no reflejaban de ninguna manera eso lindo que decían; se ataban a una ortodoxia del mero cumplimiento de leyes internas, sin poner alma y corazón, convenciéndose que con vacíos formalismos externos Dios se iba a quedar contento. Lo que importa es cumplir, el dogma por el dogma mismo, la ortodoxia fingida sin la adhesión del corazón, sin la concreción de la fe en la vida cotidiana.
Por eso Jesús dice lo que dice de las prostitutas y publicanos. Ellos al principio dijeron “¡No quiero!” como el primer hijo. Pero al conocer el mensaje de Jesús, conocieron otro rostro de Dios Padre, se arrepintieron, es decir, sacaron por la fuerza del Espíritu todo lo que no tenía que ver con ser y sentirse hijo e hija de Dios y quisieron seguir a Jesús. Son los que cumplen no por cumplir y listo, sino que cumplen porque viven y adhieren a la propuesta de Jesús con todo su corazón. No se los juzga porque al principio pueden haber dicho que no. (¡Y cómo no decir que no al dios que proponían los fariseos de la época de Jesús!) Se los reconoce porque toman conciencia de su realidad y buscan que el mensaje de Jesús se haga carne y sangre, vida cotidiana, vida de todos los días y que esté en el día a día de todos los días. Son aquellos que viven tan a fondo su fe que no se distingue de su vida: su vivir es su fe y su fe es el amor puesto en obras.
Hoy en nuestras comunidades corremos el riesgo de quedarnos con el mero formalismo falsamente ortodoxo de cumplir y pensar que por meros ritos, por lindas palabras, hermosos sermones y prédicas, charlas espirituales y retiros, por una mera adhesión externa al mensaje de Jesús sin que nos toque la médula, el alma y el corazón, vamos a ser cristianos. De ninguna manera. Si nuestra fe en Jesús no es una fe que se traduzca en obras sencillas pero contundentes de servicio y amor, especialmente en favor de los más necesitados y descartados por la sociedad de hoy, no habrá cristianismo posible. Tendremos grandes palabras acerca de lo que tenemos que hacer y grandes discursos, gestos vacíos y acostumbrados para decir y hacer siempre lo mismo sin poner pasión, garra y corazón a aquello que somos y vivimos. El mundo no cambia con tu opinión ni tu ritualismo ortodoxo; cambia con un corazón grande a imagen del Corazón de Jesús que hace nuevas todas las cosas y que pone en obras la fe que proclama con los labios.
Quizás la clave de hoy sea sentirnos un poco prostitutas y publicanos. No por sus actos morales, sino porque supieron ver en Jesús la oportunidad de arrepentirse, de renovarse, de cambiar de rumbo, de sanar, de respirar aire libre y no viciado por el clericalismo de nuestras comunidades cristianas. Animarnos a dejarnos tocar por la Misericordia de Dios y pasar del cumplir al vivir y del decir al hacer.
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