Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate más’, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. Después dijo al que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”.
No podemos entendernos a nosotros mismos aisladamente; necesitamos de los demás. Si otros no nos hubiesen acompañado en tantos momentos, no sería posible ni siquiera estar vivos en esta historia. Estamos hechos para la convivencia y, tanto el regalo como el desafío de la relación de unos con otros se vuelve para todos el pan de cada día. Jesús nos invita a concebirnos como hermanas y hermanos, hijos de un mismo Padre que nos ama infinitamente, que nos busca, nos perdona, nos sana, y que nos invita a amarnos unos a los otros como el mismo Jesús nos ha amado. En el Evangelio de hoy, Jesús nos da dos claves fundamentales para vivir esta relación con los demás y para no dejarnos comer la cabeza ni el corazón por tendencias egoístas que rompen con la fraternidad.
La primer clave es la humildad; esa que nos lleva a no querer ser más que los demás, esa humildad que rompe con las lógicas comparativas y competitivas que nos empujan a buscar el reconocimiento de los otros a cualquier precio y por las que nos paramos sobre un pedestal codeándonos con los que nos conviene y despreciando o descartando a los que no necesitamos. Jesús nos invita a hacernos humildes, a no buscar los primeros puestos para autoafirmarnos. La humildad es indispensable para la fraternidad y es el único lugar verdadero desde el que podemos confesar que somos hijos y hermanos. La humildad es cuna y a su vez efecto de la fe auténtica en Dios que es amor. Jesús nos dirá: “Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
La segunda clave que nos da el Señor es la de la gratuidad de nuestros actos. No hacer las cosas ni buscar la relación con los demás procurando recompensas o retribuciones. Jesús nos invita a vivir mirando al cielo, a vivir de cara a Dios. Que lo que hagamos sea movido por lo mejor que tenemos en el corazón humano que es el amor gratuito. Jesús nos anima a ser proactivos en el amor y en el servicio sin buscar más respuestas que aquella de estar haciendo lo que vemos bueno y construye el Reino. Qué gran desafío para tantos de nosotros que se nos ha metido el ansia de la recompensa y el reconocimiento por lo que hacemos o decimos, haciendo pasar todo por lógicas que terminan centrándonos en nosotros mismos. “Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos»”
Hay que tomarse en serio la relación con los demás; en el modo de convivencia que busquemos vivir nos lo jugamos todo. Que la humildad y la gratuidad inunden nuestros actos, gestos y palabras; y que imitando a Jesús podamos construir en esta historia, desde nuestras opciones esa fraternidad del Reino que el mismo Señor nos llama a vivir. En ella, nuestra relación con los pobres y necesitados, que son aquellos que no pueden devolver nada material porque no lo tienen, será un testimonio fundamental de que hemos comprendido estas invitaciones del Señor. Que Dios nos bendiga y fortalezca.