Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.
De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos.
Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría “resucitar de entre los muertos”.
La Cuaresma es un tiempo espiritual que lo hacemos en Iglesia, nos invita a trazar un camino de conversión que, mirando a Cristo, nos abra a la generosidad, a la sencillez y humildad para vivir de cara a Dios.
Quien quiera abrazar la Cuaresma, tendrá que luchar interiormente con muchas propuestas que tiran para atrás y atraen, egoístamente, a mirarse el propio ombligo. Salir de sí, da dolor, pero siempre es un camino de amor que va dejando en nuestro corazón huellas de paz.
En el camino a Jerusalén, lugar de la Pascua, Jesús va haciendo su entrega generosa asumiendo las consecuencias del amor que caracterizó su vida. Esto implica para Él y para su comunidad padecer dificultades, incomprensiones, oscuridades.
En la Transfiguración, Jesús, en compañía de Pedro Santiago y Juan, vive un hecho extraordinario que confirma su camino y anima sus pasos. Pero esta experiencia tan impactante necesita ser acogida con libertad y confianza para que realmente marque la vida. Y ahí nos encontramos con dos reacciones distintas. Primero la de Jesús, quien integra la experiencia, que lo fortalece, lo abre a la esperanza y a la confianza para seguir camino hacia Jerusalén en medio de dificultades. La segunda reacción es la de los discípulos, que en la persona de Pedro, piden quedarse allí, deseando atrapar la experiencia que los consuela y aferrarse a ella como lugar seguro donde refugiarse, de alguna manera, escapando a las consecuencias duras del seguimiento del Señor.
El Padre, les dice a los discípulos que fijen sus ojos en Jesús y que lo escuchen… invitándolos a poner en Él la confianza y a salir de sí. A los discípulos les costó entenderlo, pero Jesús, fue haciendo con ellos un largo proceso de aprendizaje y crecimiento.
Hoy te podrías preguntar por las experiencias que Dios te ha reglado en tu camino y que te invitan a poner los ojos en Cristo, a escucharlo y seguirlo, esas experiencias que te han dado paz y te han impulsado a crecer en el amor. Podrías preguntarte si las has abrazado con confianza para seguir el camino, o has tratado de retenerlas cosa que seguramente no has podido hacer, y por ello, has dejado que pierdan su significado. Hoy podrías repasar esos regalos inmensos que Dios te ha hecho en tu camino y volver a otorgarle la fuerza y la luz de las que son fuente, y así volver a confiar y abrirte a la esperanza como hombre o mujer de fe que buscan amar en la vida al modo de Jesús.
Que Dios te bendiga y fortalezca.
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