Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá”.
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres”.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Una de las cosas que más me llama la atención de este evangelio que compartimos hoy es el binomio perder-ganar. “Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará”. Así nos dice hoy Jesús.
Y no habla de algo específicamente religioso, ético o moral. No. Habla de lo más sagrado que cada ser humano puede tener: la vida. Jesús está revelando el verdadero sentido y por ende el verdadero valor de la vida. El cual, paradójicamente, consiste en “perder para ganar”. Es increíble pero es así. Si yo quiero tener algún tipo de beneficio, ganancia, retribución, tengo que perder. Ganar para perder y perder para ganar.
Esto rompe todo tipo de lógica humana. Es más. El sistema neoliberal en el que estamos inmersos nos habla de algo contrariamente distinto: si querés ganar, tenés que manejar el menor índice de pérdida. Ganar no admite ni la más mínima intención de perder. Incluso desde nuestra cultura el hecho de perder no está bien visto. “El segundo lugar es el primer perdedor…” rezaba un spot publicitario de una marca deportiva hace unos años. Incluso en el fondo de nuestro corazón podemos llegar a experimentar un resistencia –¡muy humana también!- de no querer perder. Nos han enseñado que perder es algo malo. Sea un bien personal, sea jugando al fútbol o corriendo una carrera o jugando a la Play, sea haciendo negocios. Perder nunca es una opción. Perder está mal visto por la sociedad de mercado y consumo. Si vos querés encontrar el sentido de tu vida tenés que ganar. Y ganar significa guardar para sí, acumular, negociar todo, sacar ventaja, “guardarte algo”, buscar el rédito, quedarte algo para vos. Es el colmo del “sálvese quien pueda”. es la lógica de que la vida es una permanente inversión en cosas que no solo nos hacen bien, sino por lo cual siempre vamos a obtener algo a cambio, vamos a obtener ganancia, vamos a ganar. Y lo hacemos en clave de éxito, prosperidad, autorrealización. Pareciera ser que el sentido de la vida para la cultura de mercado de hoy es ser un ganador nato a expensas de los demás. Primero vos, segundo vos y tercero vos. Los demás, que se arreglen.
Jesús viene a proponernos algo completamente nuevo y revolucionario: perder. ¿Pero cómo? ¿No es contradictorio? No. Es lo más sano y evangélico. “Perder la vida” para Jesús significa ponerla al servicio de los demás, gastarla en favor de los otros, mirar primero lo que precisa el hermano y después yo, es “perder el tiempo” mandando un mensaje a un amigo o un enfermo en estos tiempos de COVID-19, servir un vaso de mate cocido con un pancito a esa parejita y su bebé que hace dos meses está en la calle; es llorar junto las penas y darse unas buenas carcajadas con las alegrías, es partir como hermanos un mismo pan, donde no hay cabecera en la mesa porque somos todos hermanos y todos comemos lo mismo. Perder es hacer foco en lo necesario y no en lo urgente, lo que está de moda o lo que nos impulsan a consumir y comprar. Perder es ir despegándose cada vez más de pensar y sentir la vida en sentido individual para pensarlas, sentirla y vivirla en sentido comunitario y colectivo. Es el “contra-grito”: “¡o nos salvamos todos o no se salva nadie!”.
Cuánta falta nos hace hoy escuchar esta Palabra de Vida y ponerla en práctica. Perder para ganar. Porque de la única manera que se sale victorioso en el gran juego que es la vida, es compartiendo y no compitiendo; es colaborando y no aislando; incluyendo y no generando marginación; es cuidando la Casa Común y no usándola como stock de recursos; siendo solidarios y no dando lo que nos sobra; viviendo con austeridad y sobriedad y no con el lujo de la abundancia y la acumulación obsesiva.
Ganar la vida es guardar. Y lo que se guarda se seca o se pudre, se apolilla, se corrompe y no sirve nunca más para nada. Perder la vida es ponerla al servicio de los demás. Ni lo que sobra, ni lo que no uso, ni lo que está de más. Todo lo que soy y tengo en mi vida.
Perdé para ganar. Porque la recompensa no es un reconocimiento: no es ni más ni menos que la Vida Eterna que nos regala nuestro Gran Amigo Jesús.
Hermano y hermana te deseo un lindo domingo lleno de Pascua y Resurrección. Y será si Dios quiere hasta el próximo evangelio.
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