Domingo 3 de Mayo del 2020 – Evangelio según San Juan 10,1-10

jueves, 30 de abril de
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Jesús dijo a los fariseos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz”.

Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.

Entonces Jesús prosiguió: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.”

 

Palabra de Dios

 

P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

Este cuarto Domingo de Pascua lo conocemos como Domingo del Buen Pastor. Jesús se presenta así en los evangelios. Durante los diferentes ciclos litúrgicos se ponen de relieve distintas características del Buen Pastor. La lectura del ciclo A, que estamos viviendo este año, nos regala el poder pensar en Jesús que como Buen Pastor es la Puerta por la cual entran al corral las ovejas.

Es un dato curioso poder deteneos en este aspecto de la Puerta del corral. Las ovejas pasan por ella y solo el verdadero Pastor puede entrar. El que no es Pastor, tiene que saltar y entrar por otro lado. Pero las ovejas no lo van a escuchar ni le van a hacer caso. Solo se dejan conducir por la voz del Pastor y pasan a través de la Puerta.

Pensar, rezar, contemplar y ver a Jesús como Puerta de la Iglesia y de mi vida puede resultarnos muy interesante. Si Jesucristo es Puerta, quiere decir que es el único lugar por el cual podemos entrar. Y sabemos que todo lo que viene de Jesús es Vida. Por lo tanto si queremos Vida Eterna, hay que pasar por Jesús, tenemos que pasar por Jesús, tenemos que atravesar la humanidad de Jesús…

Esto nos puede parecer una zoncera o algo obvio. Sin embargo es fundamental recuperar la humanidad de Jesús. Muchas veces los cristianos nos hicimos una religión edulcorada en pos de defender a capa y espada la divinidad de Jesús. Lo cual es cierto. Pero dejamos de lado su humanidad. Jesucristo es verdadero Dios. Y verdadero hombre. Y es por su humanidad que nos salva. Considerar a Jesús como Puerta es pasar a través de la humanidad de Jesús. Si se quiere, para tener un auténtico programa de vida cristiano, a imagen y semejanza de Jesús, ese programa no puede ir en contra un profundo proceso de humanización.

Con otras palabras, si yo quiero ser discípulo misionero de Jesús, mi proceso de conversión personal y diario será el de volverme cada vez más humano.

En esto me parece necesario un cambio de mentalidad. Durante siglos despreciamos lo humano como mundano. Y negamos así uno de los misterios más lindos y más santos de Jesús: la Encarnación. Si Dios asume la carne humana, el proceso de volvernos cada vez más humanos no puede ser contrario a la voluntad de Dios. ¡Todo lo contrario! Si soy verdaderamente cristiano seré profundamente humano. Al modo de Jesús, que como Puerta para la Vida Eterna, nada de lo divino opaca nada de lo humano y nada de lo humano elimina nada de lo divino.

¡Qué misterio este! Y cómo los cuesta vivirlo. Pero entendemos que es la única manera de poder vivir: si soy cristiano, soy profundamente humano. Por eso la negación de la humanidad de mi vida y de mi historia no me pueden llevar a un verdadero encuentro con Jesús. El fugarse del mundo y recluirse para afianzar creencias o “rezar mejor” no pueden ser opciones válidas para un cristiano. Nuestro lugar es el mundo. Nuestra tarea es la vida cotidiana. Nuestra misión es la de salir de nosotros y por amor, solo por amor, evangelizar y promover socialmente la vida: tanto la nuestra como la de nuestros hermanos más necesitados, aún en este tiempo de Aislamiento Social. No hay fe verdadera si negamos la humanidad de Jesús. No hay fe verdadera si negamos nuestra propia humanidad. No hay fe verdadera si negamos la humanidad de tantos hermanos y hermanas, o si negamos las llagas de Jesús en la humanidad más sufrida y golpeada, más herida y vulnerada, más oprimida y más manoseada.

Volvamos a leer el Evangelio para redescubrir a Jesús, el hombre, el albañil-obrero-carpintero que un buen día sintió en el fondo de su corazón la Pasión y  la necesidad de que su vida tuviera sentido y por la fuerza del Espíritu y convocado por el Padre comenzó a predicar con palabras y obras que el Reino había llegado para siempre y nunca más se iba a ir. Que otro mundo es posible. Que otro tipo de relaciones humanas y humanizantes se pueden entablar, que nos somos islas, que la salvación no depende de los esfuerzos de cada uno por separado, sino de la voluntad mancomunada, iluminada y elevada por la gracia de Jesús de hacer de este mundo, la Casa Común y un espacio digno de ser vivido, una espacio hermosamente humano.

Hagamos experiencia de la humanidad de Jesús. Esa linda humanidad que Él nunca niega y que los Evangelios ponen tanto de relieve. Y pensemos en nuestra propia humanidad. Porque desde la experiencia de fragilidad, caducidad, flaqueza, cansancio, del límite en general, podemos encontrarnos con Dios. Ese Dios que no está en el cielo sino que hace dos mil años hizo suya nuestra condición humana para redimirla y darle un nuevo sentido que jamás, por nuestros propios medios hubiésemos soñado.

Por la humanidad de Jesús, que es Puerta de Vida Eterna, a nuestra humanidad. Y de ahí a la humanidad de tantos hermanos que tienen necesidad de nuestra humanidad redimida por Jesús.