Jesús dijo a la multitud:”El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas;y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.”El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces.Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve.Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos,para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.¿Comprendieron todo esto?”. “Sí”, le respondieron.Entonces agregó: “Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo”.
El Reino de Dios, cuando lo descubrimos o lo experimentamos sorprende, porque aún en lo simple y cotidiano, cuando abrazamos la fraternidad del Reino que nos propone Jesús, guarda en sí una fuerza tan grande y nos introduce en una vivencia tan profunda que trasciende nuestras expectativas. El Reino de Dios toca la esencia de nuestra humanidad, porque siempre es una experiencia de amor, de solidaridad, de búsqueda del bien y nace, con la gracia de Dios, de lo más grande que podemos encontrar en el corazón de cada uno de nosotros que es el amor gratuito e incondicional.
Experimentar, descubrir o reconocer el Reino de Dios nos impulsa a vivir nuestra historia con sentido, nos anima a caminar rumbo a Dios con el corazón enamorado de Jesucristo y de su propuesta, comprometiéndonos en la construcción de un mundo más justo y más fraterno.
El Reino de Dios, despierta ese dinamismo del amor que nos impulsa a salir de nosotros mismos y que tiene una fuerza tan totalizante que quien lo encuentra quiere venderlo todo para vivirlo en plenitud. Curioso, porque el Reino nos saca de nuestros comodidades, nos hace salir de nuestro propio amor, querer e interés, para abrirnos a una realidad mucho mayor buscando en libertad, amar y servir a Dios y en Dios a los demás.
Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice que algunos van por la vida como tantos y se encuentran, sin esperarlo, con esta experiencia que los sorprende de tal manera que cambian interiormente, venden todo lo que tienen, es decir, conquistan su libertad interior y hacen de la fraternidad del Reino el centro de su vida. Como aquel hombre que se encuentra un tesoro escondido en el campo y vende todo lo que tiene para comprar aquel campo.
Pero, también, Jesús nos dice que otros van buscando respuestas, van tratando de descubrir lo esencial de la vida, como quien con honestidad busca a Dios desde las posibilidades que tiene, como quien se esmera por buscar el sentido de la vida o vivir la vida con sentido y también se encuentra con una vivencia que lo sorprende y que guarda en sí algo mucho más grande de lo que esperaba, que lo llena de alegría y lo impulsa a buscar más, aun cuando no comprenda del todo lo que ha experimentado, pero hay una vivencia de libertad y de amor que se vuelve irrenunciable. Como aquel buscador de perlas finas que encuentra una de gran valor y vende todo lo que tiene para conseguirla.
Hoy el Evangelio nos hace unas preguntas a quemarropa, cómo has descubierto o vivenciado el Reino de Dios, qué te ha enamorado de él y, quizás, la más interpelante, si has buscado con libertad y lucidez, contando con la gracia de Dios, hacer del Reino el centro de tu vida para que el amor que construye la fraternidad sea el motor de tus intenciones y acciones. No idealicemos, venderlo todo implicará para algunos liberarse de apegos desordenados, para otros, hacer un buen proceso de maduración en la fe, dar pasos de la solidaridad y servicio hacia los necesitados. Pero a todos nos llevará a ir buscando vivir en esa plenitud que solo viene del amor que nos hace hermanos.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.