Domingo 30 de Junio del 2019 – Evangelio según san Lucas 9, 51-62

jueves, 27 de junio de
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Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de Él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.

Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?» Pero Él se dio vuelta y los reprendió. Y se fueron a otro pueblo.

Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: «¡Te seguiré adonde vayas!» Jesús le respondió: «Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».

Y dijo a otro: «Sígueme». Él respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Pero Jesús le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios».

Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos». Jesús le respondió: «El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios».

 

Palabra de Dios

 


P. Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

 

La liturgia de hoy nos regala un lindo texto el cual se presentan tres tipos de seguidores de Jesús:  uno, que aparece voluntariamente y que dice que va a seguir a Jesús a dónde sea;  el segundo es alguien que el mismo Jesús llama, pero que quiere pasar su vida con su padre y cuando éste se muera, “quede libre” para seguirlo; y el tercero sin que le asegura que lo va a seguir, pero antes quiere despedirse.

Me quedo con el primero. Fundamentalmente tiene que ver con que seguir a Jesús nunca nos va a dar ningún tipo de éxito mundano. Es decir, según la mentalidad del mundo,  según la Cultura del Consumo,  seguir a Jesús no tiene ningún tipo de recompensa. Por eso Jesús da como respuesta “que no tengo donde reclinar la cabeza”.

Hace tiempo una persona que me preguntaba quién era mi jefe. Yo le explicaba de los Superiores de la Congregación y además los Obispos… pero él me dijo: “no, no..,  ¿a quién sigue usted, Padre? Yo le dije inmediatamente:  “a Jesús de Nazaret”. Entonces  me preguntó cómo terminó la vida de mi jefe. Yo le dije que murió en la Cruz para la salvación de todos nosotros.  Así la charla entre los dos se hizo un profundo silencio. Esta persona me volvió a decir: “Padre, si usted sigue a una persona que por ser consecuente con su mensaje de vida entendió que no le quedó otra que hacer una última entrega por amor en la cruz, usted, no espere entonces ningún tipo de recompensa distinta”.

Hoy se nos filtra en el lenguaje y en el lenguaje de la Iglesia, palabras que hoy parece que están de moda: éxito, triunfar en la vida, autorrealización, alcanzar todas las metas, cumplir todos tus sueños…  Pero nosotros seguimos a alguien que no tiene donde reclinar la cabeza, que no tiene seguridad, que su mentalidad no se puede ajustar a la mentalidad del mundo y que al final de todo va a entregar su vida en la cruz, constituyéndose  bajo la mirada de este mundo en un gran fracaso

Entonces no tenemos que procurar para nosotros ningún tipo de reconocimiento ni  nombramiento ni  gloria distinta que la de Jesús. Nuestra gloria más grande es verdaderamente poder vivir entregando, en cada instante, en cada momento, y cada día, nuestra vida por amor.  Y por amor entonces vivir la alegría del Evangelio de Nuestro Gran Jefe, Jesucristo, aquel, que no tiene piedra donde reclinar la cabeza.

La segunda parte del relato nos habla de la libertad. Dos personas que piensan que primero tienen que ser libre -poder vivir hasta que el padre mueran y pasar un tiempo con la familia- pensando que eso nos va hacer ganar libertad para seguir a Jesús. Cuando en realidad es el seguimiento de Jesús el que nos hace verdaderamente a todos y todas libres de corazón y libres para poder amar a pleno.

Éste es un evangelio que nos invita fundamentalmente al seguimiento de Jesús,  pero no según lo que cada uno de nosotros piensa si no al estilo de Jesús de Nazaret: aquel el albañil de la Palestina del siglo I que estuvo dispuesto a entregar su vida por amor, por ser el más soberano de todos los hombres libres. Dueño de su propia vida y de su propia libertad eligió amarnos y amarnos hasta el fin.

No busquemos entonces otra gloria que la cruz de Jesús.  No pidamos entonces para nosotros otro reconocimiento. Y no busquemos para nosotros otro camino que no sea seguir a Jesús, sin excusas sin estar al costado del camino, sin poner la mano en el arado y mirar atrás,  jugándonos la vida cada día y poniendo el cuerpo a aquellos que sienten la vida y la fe más amenazada.

Que tengas un lindo domingo lleno de la luz de Jesús, que nos invita al seguimiento, que nos invita a ser verdaderamente discípulos, no para poner condiciones sino para poder verdaderamente cada uno de nuestros días amar a cada uno de nuestros hermanos y hermanas.