Domingo 31 de Julio de 2022 – Evangelio según San Lucas 12,13-21

lunes, 25 de julio de
image_pdfimage_print

En aquel tiempo: Uno de la multitud le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: ‘¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha’. Después pensó: ‘Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?’. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.

 

Palabra del Señor

Padre Marcelo Amaro –  Sacerdote Jesuita

 

 

La pregunta por el sentido de la vida es una cuestión fundamental para todos nosotros, y aunque sea tan importante muchas veces la evitamos. Corremos el riesgo de entretenernos con mil distracciones como para pasar los sucesivos momentos sin mayores penas.

De todos modos la pregunta por el sentido de la vida saldrá a la luz en los momentos de soledad o de dolor, o de frustración. Es una pegunta que si nos la hacemos con honestidad, nos abarca completamente porque de la respuesta que nos formulemos, si lo hacemos enserio, dependerá la dirección de nuestros proyectos, de nuestras acciones, de nuestras elecciones.

Una de las grandes distracciones a la que todos estamos expuestos es la búsqueda de seguridades. Una búsqueda que puede resultar adictiva ya que como nunca estará satisfecha porque es imposible asegurar la vida, puede despertar en nosotros la dinámica de la codicia, buscando más y más seguridades, y la dinámica de la avaricia, no compartiendo lo que tenemos con nadie para no ponernos en riesgo.

“Cuídense de toda avaricia, dice Jesús, porque aún en medio de la abundancia, la vida de una persona no está asegurada por sus riquezas”. Jesús con todo su sentido común y con toda su verdad, pone al descubierto la fantasía en la que vive la persona que buscando asegurarse busca acumular para sí y, tal vez, solo para los suyos, sin compartir con los demás sus bienes.

Si la buena noticia de Jesús tiene razón, la vida plena de todo ser humano está en el amor que se pone en juego para construir una convivencia fraterna, y todo lo que somos y tenemos lo viviremos con sentido si está al servicio de la fraternidad del Reino.
San Ignacio, en los Ejercicios Espirituales, nos invitará a considerar el sentido de nuestra vida y nos animará a hacer presente cotidianamente la pregunta por el A dónde voy y a qué, tanto de nuestras acciones simples y concretas, como de nuestros grandes proyectos, y a la base de todo estará la pregunta por la dirección de nuestra existencia.
¿A dónde voy y a qué? Esa es la cuestión.

Que nuestra vida apunte a Dios al modo de Cristo; que si acumulamos tesoros que sean en el Cielo, y eso siempre será propiciado por la generosidad, por el amor, por la búsqueda de la fraternidad, por el servicio a los necesitados. Así no viviremos en la fantasía de quien busca seguridades imposibles, sino viviremos en la alegría de quien cree que el amor es el camino a la Vida. El único que puede asegurar la vida es Dios y, curiosamente, a esa convicción sólo podemos llegar por la fe, por la confianza.

No nos vaya a pasar como al hombre de la parábola del Evangelio, que para gozar y estar tranquilo construyó grandes graneros para guardar allí sus bienes, y esa misma noche le llegó la hora de su muerte.

Ser ricos a los ojos de Dios, esa es la meta, y eso solo es posible desde un corazón sencillo y humilde que hace suya la causa del Reino. Que Dios nos bendiga y fortalezca.