Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: “El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos”. El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”. Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: “Tú no estás lejos del Reino de Dios”. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
No estás lejos del Reino de Dios” con esta frase culmina el Evangelio que leemos este domingo, y en ella Jesús expresa a su interlocutor que su corazón está en sintonía con lo esencial de Reino que Él predica y vive.
“No estás lejos del Reino de los cielos” porque has entendido que el mandamiento más importante, es decir, que el motor que dinamiza tu vida, une el amor a Dios con el amor al prójimo como a uno mismo.
De hecho, el escriba le pregunta a Jesús por el mandamiento más importante, y Jesús responde no con uno sino asemejando dos mandamientos. “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos».
Abrazar la fe en el único Dios, el que nos revela Jesús con su vida y su palabra, implica amarlo con todo nuestro ser y esto es inseparable del amor fraterno que Dios nos invita a vivir. La novedad del Evangelio, y que Jesús no cesa de predicarla porque es la esencia de su mensaje, es que la fe en Dios y el amor a Él es un modo de vida que nos impulsa a buscar la fraternidad del Reino a través del amor. Eso es, el Reino no es un lugar geográfico sino que es un modo de vida presente en quien elige al amor lúcido, comprometido y servicial como impulso vital, y que ama a Dios a quien no ve amando al prójimo a quien sí puede ver. Así el Reino se hace posible en esta historia que es difícil y conflictiva, pero que siempre es oportunidad para amar.
La fe en Dios nos confronta con la realidad y nos impulsa a vivir desde el amor el desafío de la convivencia . El proyecto de Jesús, que es el Reino de Dios, es un proyecto de convivencia regido por el amor, la misericordia y la justicia. La peculiaridad del amor cristiano es que tiene una triple tensión: el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a uno mismo. Pero el amor objetivo que da cuenta de los otros dos amores, es el que se da en la convivencia, el amor al prójimo. Es nuestra relación con el prójimo la que da cuenta de nuestra interioridad. Cómo podemos reconocer que una persona ama a Dios o se ama a sí misma, pues, viendo cómo se relaciona con los demás, amando en esta realidad conflictiva y limitada. El fruto de la experiencia de Dios se expresa en la relación con el prójimo. Nada de intimismos y de descolgarnos de la realidad. La fe en el Dios que nos revela Jesucristo siempre nos remite a la realidad para que actuemos en ella desde el amor que crea fraternidad. Y así tampoco nosotros estaremos tan lejos del Reino de los cielos.