Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: “¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos?¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos.Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
La Buena Noticia del Reino de Dios está presente en nuestra historia, y el mayor testimonio de esto es el mismo Jesús, Palabra eterna del Padre, que puso su morada entre nosotros, que caminó nuestra realidad, haciéndose uno de tantos, amando hasta el extremo y dejándonos su Espíritu para impulsarnos a amar. Pero, la Buena Noticia del Reino, también, es una invitación que pide ser aceptada en libertad y por la fe, para que se haga realidad en nuestra vida y para que nos involucremos con ella.
Hoy nos toca contemplar a Jesús en un momento difícil de su misión, en su confrontación con el fracaso por no ser aceptado por los suyos, por su familia, por su pueblo. Un tiempo de dolor, sin duda, por constatar que aquellos que ama, y que tuvieron tanto que ver en su historia no están abiertos a aceptar que Él es un hombre como ellos, amigo, familiar, conocido, pero que viene de Dios, y que comunica con su vida la fuerza, el amor y la misericordia que vienen de Dios Padre.
¿Quién se cree que es? -decían- Pero, si lo conocemos… ¿No es éste el carpintero, el hijo de María? Y con éstas y tantas barreras se cerraban a abrazar la novedad del Reino en su propia realidad. Como si Dios no pudiera habitar y transformar con su novedad y con su amor nuestra cotidianeidad desde lo sencillo, desde lo que está a la mano, desde nuestros hermanos, aquellos que vemos todos los días, sin títulos ni etiquetas que los pongan en una posición de superioridad. Jesús no impactaba con súper-poderes, no brillaba, era Él mismo, el de siempre, y desde su esencia, amaba con el corazón de Dios.
Nos encontramos con el fracaso que experimenta Jesús, ante la cerrazón de su gente. No puede hacer el bien que desea hacer. Jesús acepta esa realidad, no cambia su estrategia, no acude ni a la trampa, ni a la violencia, ni a la imposición, ni a nada que lo aparte del proyecto de amor que lleva consigo el respeto a la libertad de las personas. Cuánto tenemos que aprender!!! Jesús fracasó en Nazaret, pero esto no lo llevó al desánimo ni a interrumpir su misión de anunciar el Reino. Ante el fracaso, como le sucedió en muchos lugares hasta su muerte en la cruz, Jesús nunca renunció a cumplir la misión que el Padre le había confiado. Como discípulos de Cristo, no nos proyectemos sin la apertura a la experiencia de fracaso. Nuestro centro es la misión, viviendo y anunciando el Reino; nuestro centro no puede ser el éxito de nuestra actividad. Para la fidelidad en el amor hemos sido llamados, no para el éxito de nuestra tarea, que podrá venir o no en esta historia. Aunque sabemos por Cristo que el amor siempre triunfará.
Hoy pidámosle a Jesús la gracia de la amistad firme con Él, en las buenas y en las malas, y que estemos atentos para abrazar con fe la novedad de Dios en nuestra cotidianeidad. Pidamos la gracia de lanzarnos a la misión, sin temor a los fracasos: “Para que, como dice San Ignacio, siguiéndolo en la pena también lo sigamos en la gloria”. Que Dios nos bendiga y fortalezca.
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