Domingo 6 de Septiembre del 2020 – Evangelio según San Mateo 18,15-20.

viernes, 4 de septiembre de
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Jesús dijo a sus discípulos: Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.

Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.

También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.

 

Palabra de Dios

Padre Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharram

 

La palabras finales de Jesús en el Evangelio de hoy pueden ayudarnos mucho en nuestro camino de ser de veras seguidores, discípulos y misioneros: la capacidad de reunirse en nombre de Jesús.

Creo que uno de los grandes males que sufrimos hoy en la Iglesia Católica es de “reunionitis” (y en pandemia abusamos de zoom y más zoom…): para cualquier cosa, pensar algo, llevar adelante una actividad, planificar, organizar algo, hacemos una reunión. Yo a veces miro la agenda y tengo más reuniones que vida. Para cualquier cosa, inventamos una reunión. Como dice un viejo dicho: “Cuando vuelva Jesús no sé si nos encontrará unidos, ¡pero reunidos seguro!”

Por eso hay que volver al Evangelio, en donde Jesús nos pide que nos reunamos, pero “en su Nombre”. Acá es donde la cosa cambia y la palabra empieza a valer. No se trata ya de hacer reuniones a mansalva, ni siquiera de encuentros, sino de reunirnos, juntarnos, unirnos en nombre de Jesús, para pedir, para ofrecer, para alabar, para agradecer.

Entonces el problema no será reunirnos, sino el motivo por el cual lo hagamos y las cosas que hagamos mientras nos reunimos. Creo que experimentamos una gran necesidad como Iglesia de “asamblearnos” en nombre de Jesús. Es decir, de reunirnos en pequeñas comunidades, pequeños grupos, pequeñas personas y hacerlo en nombre de Jesús. Aprovechar esta pandemia para reunirnos en Iglesia Doméstica, en familia, en los hogares… Dejar de decir y hacer más. Y que en este “asamblearnos”, sentirnos asamblea, podamos, en nombre de Jesús, encontrarnos, escucharnos, dialogar… Muchas veces la fe se diluye pensando en grandes celebraciones, grandes eventos, grandes cosas. Y nos olvidamos que nuestro Dios es el Dios de lo cotidiano, de lo pequeño, de lo sencillo. Precisamos como Iglesia volver a sentirnos “pequeño rebaño” y “asamblearnos”, caminar juntos para sentir como Iglesia de Jesús. Y ejercer una de los desafíos más grandes de nuestra época: escucharnos. Muchas veces es ahí donde comienza el camino del perdón. En la escucha sincera del hermano. Salir al encuentro y escuchar. Reunirnos en nombre de Jesús y escucharnos. Sentirnos Iglesia que camina y escucharnos. Escucharnos todos.

Es un ejercicio que muchas veces nos cuesta mucho. Lo primero que hacemos no es escuchar. Es ir pensando a medida que nos dicen las cosas la respuesta que le vamos a responder o el grito que le vamos a pegar. Tenemos las respuestas antes de que el otro hable, se abra, comparta, explicite. Dejamos poco espacio a la escucha desnuda y desinteresada del otro. Y muchas veces ni nos importa lo que vamos a escuchar. Importa lo que tenemos para decir nosotros.

Yo creo que el evangelio de hoy nos desafía muy sanamente a ejercer esta práctica: primero, no reunirnos por reunirnos. No tengo nada para hacer y pongo una reunión, un zoom, un meet, un WhatsApp… Después, reunirnos en nombre de Jesús y caminar juntos. Y en este caminar, salir al encuentro del otro para escuchar lo que tiene para decir. Y dialogar. Y generar cultura del diálogo y la escucha, cultura del encuentro, no porque tengamos que imponer a grito pelado nuestras verdades sino porque somos capaces de dialogar, conversar, debatir, intercambiar ideas, construir, sumar, soñar, amasar proyectos, en el marco de la escucha sincera, del encuentro y por tanto de la paz.

Así y solo así seremos Iglesia depositaria de perdón. Porque en el medio del texto, Jesús le concede a la comunidad, a toda la comunidad, no sólo a un pequeño grupo la capacidad de atar y desatar, es decir de perdonar o no. Ese poder no es solo de algunos. Lo ejercemos todos reunidos en Iglesia que se escucha, se reúne en nombre de Jesús y porque dialoga en paz, es capaz de salir al encuentro y perdonar. Perdonar de corazón. Perdonar en asamblea. Perdonar para sanar corazones heridos y rotos. Perdonar para perdonarnos. Perdonar para poder seguir caminando. Perdonar para vivir la aceptación del otro como el otro es y no como yo quiero que sea. Perdonar para vivir metidos en la realidad y no en la interminable propuesta de ideales que nunca alcanzamos y neurotizan nuestra conciencia a base del cumplimiento heterónomo de normas de afuera pero no interiorizadas. En una palabra: perdonar para poder sentirnos libres y poder caminar cada día más ligeros de equipaje. Perdonar para realizar aquello que más nos asemeja a Dios.