El Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: ‘¡Que descienda la paz sobre esta casa!’. Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: ‘El Reino de Dios está cerca de ustedes’.”
Pero en todas las ciudades donde entren y no los reciban, salgan a las plazas y digan: ‘¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca’. Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada menos rigurosamente que esa ciudad.
Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de gozo: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”. El les dijo: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Les he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo”.
El evangelio de hoy nos habla acerca de no sólo el grupo de los doce, sino también de setenta y dos discípulos, a los que Jesús envía en parejas, de dos en dos, a evangelizar; a anunciar la llegada de la Buena Noticia del Reino de Dios entre los hombres. Los manda de dos en dos y les da las indicaciones necesarias para poder realizar esta tarea.
A mí particularmente me gustaría pensar en tres cosas que creo tienen que ver con misionar hoy en nuestra vida:
La primera es que me parece que misionar no es irse lejos. Muchas veces pensamos que la misión ocurre en otro continente o en otro país. O en el interior de nuestros pueblos y de nuestras ciudades. Y en realidad la misión pasa todos los días: pasa en mi casa, pasa a la vuelta de mi casa, pasa el colegio, en la facultad, pasa en el colectivo, pasa en el tren. Pasa con mis amigos. Pasa con mi novio o con mi novia. Pasa en todas las realidades del mundo. Pasa por el frío cruel que estamos viviendo en muchas zonas de nuestro país en estos días. Es decir nosotros tenemos que pensar que ser misionero no significa tener que dejar necesariamente el propio país, la propia tierra, o el propio barrio para empezar a misionar. Uno se hace misionero cuando asume como modelo de vida el querer seguir firmemente los pasos de Jesús y por tanto comprometerse en la construcción de un mundo más justo, más fraterno y más solidario. La invitación me parece que hoy es a no irse lejos, si no a quedarnos cerca: misioná en tu propio barrio, misioná en tu propia facultad, misioná en tu propia escuela, misioná en tu propia familia…
Lo segundo que me parece que tenemos que tener en claro es que misionar no es “llevar cosas” a los pobres. Misionar es justamente generar cultura del encuentro. Esto de “llevar cosas” a los pobres nos hacen caer en un viejo modelo al que muchas estamos acostumbrados en la Iglesia de la dádiva, del dar “desde arriba” lo que nosotros tenemos a los “de abajo” que son los que “no tienen”. Lo cual es mentira. Misionar significa generar encuentro. Ir al encuentro del otro, sentarnos, mirarnos a los ojos y poder compartir la propia vida y contarnos la buenas noticias que Dios obró en la vida de cada uno y poder juntos dar gracias sin necesidad de que ello vaya acompañado de ayuda material: sea ropa, sea comida, se lo que sea.
Lo tercero y también importante es que misionar no es “cortarse solo”. Siempre que se misiona se misiona en Iglesia. Entonces esto de alguna manera nos involucra en una doble dimensión: primero yo formo parte de una comunidad que misiona, yo formo parte de una iglesia que misiona. Yo formo parte un grupo, una parroquia, un movimiento, pero una iglesia al fin que misiona. Y yo soy parte de eso. Y lo que busca también la tarea del misionar es generar Iglesia. Si yo voy a trabajar algún lugar y generamos algún tipo de encuentro entre la gente y queremos hacer algún tipo de propuesta de evangelización: algún retiro algo que los acerque un poco más al amor de Dios eso no puede ser sin un involucrarse respecto de ellos. Ellos tienen que estar involucrados. Ellos tienen que ser artífices de su propia misión. Si no va pasar lo que muchas veces pasa: nos vamos a ir a “la misión” va a ser una linda experiencia, después quizá podamos regresar -o no- pero todo se pierde en el olvido. Misionar significa implicar al otro en el proceso de conversión y que ese otro también me mejore a mí.
Hermano y hermana del fondo del Corazón de Jesús, un abrazo enorme y hasta el próximo evangelio Dios mediante.
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