Domingo 7 de Marzo del 2021 – Evangelio según San Juan 2,13-25

viernes, 5 de marzo de
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Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas.

Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”.

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá.

Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”.

Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”.

Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”.
Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.

 

 

 

 

Palabra de Dios

Padre Marcelo Amaro sacerdote Jesuita

Solo nos podemos acercar a Dios desde la verdad de nuestro corazón. Podremos engañar a otros y hasta a nosotros mismos, pero jamás podremos engañar a Dios. Él busca una relación de sinceridad y honestidad con nosotros, y esto nos implica despojarnos de lo superficial y de las caretas que nos ponemos para justificar nuestras incoherencias. Lo fundamental no se juega ni en las palabras que digamos, ni en los puestos que tengamos, sino en el sentido honesto de lo que hacemos y en las obras que realizamos.

Así lo vemos en el Evangelio, Jesús se indigna frente a los comerciantes que estaban en el Templo; seguramente un comercio que se entendía como necesario, destinado a atender las necesidades del culto y de tantos que venían al Templo. Sin embargo, con el gesto profético de expulsar a los mercaderes, Jesús denuncia el desvío del sentido del culto, la superficialidad con que se le vive quedándose en lo exterior, la deshonestidad de quienes se aprovechan de las necesidades de la gente para sacar ventaja. Jesús ve que se desvirtúa el sentido del Templo, lugar para la relación con Dios, profunda y sincera.

Jesús llama al Templo, “la Casa de mi Padre”, lugar para vivir desde la filiación y la fraternidad, donde todo lo que no respete los derechos y la dignidad de las personas, atenta contra su sentido. En el Templo se ha de vivir una relación con Dios, profunda y sincera, que empape nuestro modo de relacionarnos con los demás.

Le piden a Jesús que diga quién es, que muestre un signo que avale su comportamiento. Pero el Señor pone como garantía su propia vida, su identidad, su disposición a jugarse por entero por esta verdad: “Destruyan este templo, dice, y en tres días volveré a levantar”, refiriéndose a su futura pasión y resurrección. Jesús, se identifica a sí mismo con el Templo, sabiéndose Hijo y Hermano, y viviendo con radicalidad esa identidad.

En este camino de Cuaresma, camino de conversión, podemos dejarnos interpelar por el Evangelio y reconocer en nosotros mismos, las motivaciones y actitudes que, en lo cotidiano, nos alejan de vivir con un amor compasivo, comprometido y solidario. Y, pedir la gracia para expulsar de nosotros a esos mercaderes internos que viven buscando la propia ventaja y ponen por delante intereses egoístas antes que el amor propio del Reino.

La Cuaresma es un tiempo para vivir la honestidad ante Dios, y poder adherirnos a Él con sinceridad. Jesús sabe lo que hay en nuestro corazón: hablemos con Él compartiendo nuestras luchas, nuestras dudas, nuestras confusiones, y busquemos conocer su corazón, para amarlo, seguirlo y vivir en plenitud lo que significa ser hijos de Dios y hermanos de la gente, al modo de Jesús.