Y él les enseñaba: “Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad”. Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”.
La fraternidad que nos llama a vivir Jesús -el proyecto del Reino-, nos abre a la compasión hacia los necesitados y nos impulsa a la acción solidaria y generosa, sacándonos de todo autocentramiento y, de esta manera, nos involucra en el trabajo por el bien común.
La limosna bien entendida, es la actitud de quien se da cuenta de la necesidad del prójimo y busca hacer partícipes a los demás del propio bien. Implica la sensibilidad para reconocer la necesidad de ayuda, ya sea material o espiritual, ya sea de apoyo o consuelo, poniendo el amor en obras y haciéndolo servicio, para hacer posible así esa fraternidad que nos invita a vivir Jesús.
Esto implica la actitud interior, libre y generosa, de darnos a nosotros mismos en la acción servicial. En síntesis, no se trata tan solo de dar sino de darse. En el texto del Evangelio, vemos a Jesús en el Templo a las puertas de la pasión, y es entonces que enseña a partir de la actitud de una mujer, viuda y de condición humilde, que pone para el servicio de los pobres en el tesoro del templo lo poco que tiene, comparte y ofrece de lo que necesita.
La mirada del Señor atiende al corazón, no se queda en lo superficial, no se encandila con las cantidades, sino que valora la actitud, el modo humilde y desinteresado, valora la generosidad. ¿Cuándo nos persuadiremos de que es el amor gratuito y comprometido lo que construye el Reino, el amor al modo de Jesús y no lo que se mueve por conveniencias o apariencias?
La entrega de esta mujer anónima podemos identificarla con la misma entrega de Jesús, que poco después de este suceso se ofreció a sí mismo para la salvación de todos los necesitados de amor y misericordia.
Examinémonos en nuestra sensibilidad para con los necesitados, examinémonos en nuestra generosidad y gratuidad; pero preguntémonos también por cómo es nuestra mirada hacia los demás, si atiende al corazón o se queda en lo superficial. Y junto a la viuda humilde del Evangelio, pidamos al Señor la gracia de unirnos de verdad a Él y hacernos ofrenda viva y generosa para trabajar por esta fraternidad del Reino, sensibles y compasivos, teniendo especial cuidado de los más pobres y necesitados de ayuda.
Que Dios nos bendiga y fortalezca.