Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo’?” Jesús tomó la palabra y les dijo: “No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
¿Qué alimenta tu vida? ¿Cuál es el alimento fundamental que buscás para que dinamice tu corazón y para que oriente tu camino, tus acciones, tus elecciones? Hoy Jesús, en el Evangelio, nos invita a que lo reconozcamos como el Pan de vida, nos invita a que abramos nuestro corazón y creamos en Él.
Mucha gente había visto el milagro que Jesús había hecho en la multiplicación de los panes y lo habían seguido. Pero se escandalizaron cuando el Señor les dice que no es el pan que llena el estómago lo fundamental que tienen que buscar sino que es a Él, porque Él es el Pan bajado del cielo, enviado por Dios para dar vida al mundo.
Jesús se encuentra con que muchos no creen en Él, no pueden ver más allá. No pueden aceptar que sea Él el hombre que viene de Dios y que nos revela el sentido de la vida. Es Jesús quien nos muestra el rostro de Dios Padre, porque lo conoce, porque viene de Él y porque se identifica con Él; pero es Jesús quien también nos revela el sentido de la vida del ser humano, nos dice que vamos hacia la vida eterna, y ese camino implica la fe en Él, la comunión con Él.
Jesús nos dice: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió”, y nos dice también que “el que cree tiene la vida eterna”. La fe nos abre el corazón a Dios, nos pone en relación con Jesús y en Él con Dios Trinidad. El Padre juega un papel decisivo, nos atrae al Señor, y el Espíritu Santo nos instruye interiormente. Pero para creer debemos abrir el corazón a esta acción de Dios y aceptar el don de la fe, dejando que sea esa fe la que dinamice nuestra vida. Muchas personas estuvieron en estrecho contacto con Jesús y no le creyeron. Dios Padre siempre nos atrae hacia Jesús pero somos nosotros quienes abrimos nuestro corazón a la fe o lo cerramos.
El Papa Francisco nos dice que la fe es como una semilla en lo profundo del corazón, florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos hacia Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el rostro de Dios y en sus palabras la palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y ahí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.
Jesús nos invita a la fe, y creer en Él implica que dejemos que Él sea nuestro alimento, el pan que nos da la verdadera vida: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. En Jesús, Dios mismo hecho carne, se manifiesta en plenitud el amor del Padre, dejemos que Él sea el alimento de nuestra vida que nos impulse hacia la vida eterna. Que Dios nos bendiga y fortalezca.