Domingo 8 de Noviembre del 2020 – Evangelio según San Mateo 25,1-13

viernes, 6 de noviembre de
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Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.

Pero a medianoche se oyó un grito: ‘Ya viene el esposo, salgan a su encuentro’. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: ‘¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?’.
Pero estas les respondieron: ‘No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado’.

Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’, pero él respondió: ‘Les aseguro que no las conozco’.

Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

Dios.”

 

Palabra de Dios

 

Padre Sebastián García sacerdote del Sagrado Corazón de Betharrám

 

El relato de la liturgia de hoy, exclusivo de Mateo, nos regala esta parábola donde se compara al Reino que llega con una boda, una fiesta, un gran casamiento. Y nos deja una enseñanza crucial: la fidelidad.

Nos puede parecer extraño el relato y hasta egoísta no querer compartir el aceite. Pero la intención del relato es otra. Primero, hacernos ver que lo importante es la boda, es decir, Jesús y el Reino que llega. Él es el esposo. Y las diez jóvenes representan a la comunidad cristiana. A toda comunidad cristiana. Y se remarca que el problema no es que se duerman, porque de hecho todas se quedan dormidas. El problema es no tener suficiente aceite, es decir, no estar preparado.

Sabemos por fe que Jesús va a venir por segunda vez o que ese momento se va a “adelantar” cuando cada uno de nosotros afronte su propia muerte, su propia Pascua. Por eso, el verdadero desafío es el de vivir. La muerte es la que le termina dando sentido a nuestra vida. La muerte no es problema. Es más. Es de lo único que estamos seguros: todos algún día moriremos. Ahora, no necesariamente todos vivimos.

Por eso creo que el evangelio de hoy es una invitación a la fidelidad y a la confianza en la Palabra y en la persona de Jesús. Es signo del camino que cada uno de nosotros tiene que hacer con su propia lámpara y su propio aceite. La lámpara significa la vida de cada uno, el propio corazón, la conciencia, el centro existencial de cada uno de nosotros. El aceite es la vida de la gracia, son dos caras de la misma moneda: oración y amor. Ese es el combustible verdadero. Ese es el aceite que tenemos que procurar para que la lámpara no se acabe. y que no se consigue fácil y mucho menos en el mercado y a media noche como dice el texto de hoy. Es lo que alimenta nuestra vida. Es lo que le da sentido y la orienta de manera definitiva. Es lo que nos motoriza y hace que todos los días nos levantemos y encontremos razones para vivir, para soñar a lo grande, para querer transformar la realidad y dejar el mundo, nuestra “Casa Común”, en mejores condiciones en que la encontramos.

El alimento de nuestra vida es la relación íntima con el Esposo de la Boda: Jesús. Y Jesús habita numerosos lugares. Está en nuestro corazón por el bautismo, en la celebración de la fe, la Eucaristía, la meditación personal, la reflexión, la Comunidad, los sacramentos; y también en el amor y el servicio a los hermanos, especialmente cuando nos metemos en el barro y abrazamos las heridas de los más pobres, marginales y descartados de la sociedad de hoy. Ahí también está Jesús.