Tiene color de despedida infinita, que posa frente a los ojos por segundos y no se olvida de quién lo observa y lo contempla como oración que alimenta. Detalle tan solemne que conquista miradas y paseos de caminantes. ¿Qué hay detrás de ese pintoresco misterio? Glorioso evento natural, continuidad de horizontes. Ese ocaso de humor delicado nos enseña, que la admiración es contemplar la oración desde otro lugar, lejos del mundo de los ruidos. Viviendo de cerca cómo la calidez se despide sin palabras. Llevándose las nuestras que no se hicieron el tiempo para ser soltadas.
Siempre habrá un espacio para contar en silencio, y sentirse atraído por la ocasión que Dios ofrece de una manera maravillosa. El sol dorado es una de las mejores cartas de presentación, que con sutil invitación, expresa una complicidad de secretos libres en ser expresados sin presión y protocolo de preparación.
Dios oxigena las preocupaciones en ocupaciones. Jamás nos dejará sin aliento. Sus expresiones son los rasgos más elocuentes con los que nos sostiene. Por tanto, la obra de nuestra historia, está escrita en las huellas digitales de sus manos, con luz de sol. Todo lo que queda ocupando lugar, Él lo utiliza para enseñarnos a crecer y creer. Nada es en vano. Todo está en sus manos. El atardecer dorado, es el nacimiento del ocaso. De Dios escuchando.