Las escrituras nos narran en el relato de los Magos venidos de oriente (Mt 2, 1-12) que se acercaron a adorar al Niño Dios y le obsequiaron oro, incienso y mirra. De ahí viene que la tradición interprete que fueron 3 Reyes “magos”.
Algunas leyendas cuentan la historia de un cuarto Rey Mago que no llegó a adorar al niño. Se trata de Artaban quien junto con Melchor, Gaspar y Baltasar,habían hecho planes para reunirse en Borssipa una ciudad antigua de Mesopotamia desde donde iniciarían el viaje para adorar al Mesías.
El cuarto rey llevaba consigo gran cantidad de piedras preciosas para ofrecérselas a Jesús, pero cuando viajaba hacia el punto de reunión, encontró a un anciano enfermo, cansado y sin dinero. Artaban se vio envuelto en un dilema: ayudar a este hombre o continuar su camino para reunirse con los otros reyes. De quedarse con el anciano, seguro se retrasaría y los otros reyes lo abandonarían siguiendo su camino. Obedeciendo a su noble corazón, decidió ayudar a aquel anciano. Decidido a cumplir su misión, emprendió su camino sin descansar hasta Belén. Su tristeza fue grande cuando al llegar se encontró con que el niño ya había nacido, y sus padres José y María habían huído con Él rumbo a Egipto, escapando de la matanza que había ordenado Herodes.
Artaban emprendió su viaje siguiendo los pasos del Nazareno, pero por donde el pasaba, la gente le pedía ayuda y él, atendiendo siempre a su noble corazón, ayudaba. No llegó a darse cuenta que ante tanta necesidad el cargamento de piedras preciosas que cargaba, poco a poco, se reducía sin remedio en su andar.
Así pasaron los años y en su larga tarea por encontrar a Jesús ayudaba a toda la gente que se lo pedía. Treinta y tres años después, el viejo y cansado Artaban llego al monte Gólgota para ver la crucifixión de un hombre que decían era el Mesías enviado por Dios para salvar al mundo.
Con un rubí en su bolsa y dispuesto a entregar la joya pese a cualquier cosa, justo en el momento frente a él se apareció una mujer que era llevada a la plaza para venderla como esclava y pagar la deuda de su padre. Artaban entregó la piedra preciosa a cambio de su libertad.
Triste y desconsolado se sentó junto al pórtico de una vieja casa y en ese momento la tierra tembló y una piedra golpeó su cabeza. Moribundo y con sus últimas fuerzas, el cuarto rey imploro perdón por no haber cumplido su misión de adorar al Mesías. En ese momento, la voz de Jesús se escucho con fuerza: “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”.
Artaban, agotado preguntó ¿Cuándo hice yo esas cosas? Y justo en el momento en que moría, la voz de Jesús le dijo: todo lo que hiciste por los demás lo has hecho por mí, pero hoy estarás conmigo en el reino de los cielos.