El amor nace

jueves, 19 de diciembre de
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El amor nace del corazón de un Dios Padre que toma la iniciativa. Tomar la iniciativa es esperar lo que llega poniéndose en camino. Es acudir a la necesidad del otro, antes que se vuelva grito. Es no temer mostrarnos carentes de algo, y con sencillez pedirlo.
Tomar la iniciativa es no esperar a que al otro vea, lo que nosotros ya vimos. Es tender una mano antes que todo sea un abismo. Es querer que tus hijos te encuentren como padre y te busquen como amigo.
Tomar la iniciativa es hablar a tiempo y con mucho cariño. Es no pedir que otros hagan, lo que nosotros debemos por nosotros mismos. ¿Cuál será la iniciativa que tenemos que tomar en este tiempo para que nazca nuevo el amor? O dicho de otra manera, ¿cuál es la iniciativa que Dios ya tomó, y está esperando que nosotros continuemos?

El amor también nace de un corazón como el de María que se deja encontrar por la iniciativa amorosa del Padre. Dejarse encontrar es querer y permitir que haya encuentro. Es dejar que el que nos busca, nos mire como perla, y así nos pida vernos.
Dejarse encontrar es estar en aquello que debemos; es habitar en lo propio sin curiosear en lo ajeno; es hospedar al que llega sin que nosotros lo llamemos. Es dejar de buscarse en todo, que hace imposible el encuentro. Dejarse encontrar es saber perder libretos, prejuicios y tiempo. ¿Qué será lo que tenemos que perder para dejarnos encontrar por ese Dios que en este tiempo también está hecho niño, para que nosotros lo encontremos?

De la misma manera, el amor nace de un corazón como el de José que sueña posibilidades. Soñar posibilidades es vencer tozudamente la dureza que ofrece dificultad. Es dar vuelta en el corazón las cosas, hasta encontrar su lado simple desde donde mirar. Soñar posibilidades es reconocer cuando el corazón se fatiga y enseñarle a esperar. Es confiar que la llave de “lo que es posible en Dios” abre lo que queríamos cerrar. ¿Qué posibilidades, nos invita Dios a soñar en este tiempo?

Y por último, el amor nace de un corazón que como el Niño acuna el madero. Acunar el madero es dejar que el amor tome la carne, para que así puedan verlo. Acunar el madero es recordar que el amor no ha nacido en corazones llenos. Es descubrir que el amor nada esquiva cuando es bien verdadero.
Acunar el madero es dar fortaleza a lo que nace pero sin endurecerlo. Es contener al que llora en su dolor más tierno. Es alzar al que en la senda cae y proponerle otro intento. Acunar el madero es poner las manos al servicio para amortiguar en algo, los dolores ajenos. Es enseñar cuánta vida yace en aquel que dan por muerto. Acunar el madero es entrecruzar el brazo de los pobres, con el nuestro.

Es tomar en nuestras manos la propia cruz y decir con amor doliente: la acepto. Es comprender que en cada cruz, el amor del Padre nace de nuevo. ¿De qué modo me invita el Señor a acunar el madero?

Javier Albisu