En una vocación, la persona que se experimenta amada por otra, no puede impedir que la acción amorosa suscite en su alma nuevos aires.
Gracias al amor, lo que debemos “llegar a ser”, se pone ante nuestros ojos con claridad. El amor descubre ese fin, esa meta que buscamos. A la vez, es el amor que la promueve, le da vuelo y dirección con sus alas.
Quien ha sido tocado por un gran amor, difícilmente puede esquivar o ignorar esa responsabilidad que implica la búsqueda de una vocación. Tal vez, lo que nos da luz para entender los fracasos y malas decisiones, es que, somos, muchas veces, insensibles al hecho de la vocación humana.
En el conocimiento de mi vocación, el otro puede y debe de alguna manera intervenir. Es el mediador; su función consiste en ser el camino para llegar al encuentro con uno mismo.
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