Al igual que los árboles, las personas también necesitan raíces.
Sólo quien está arraigado en buena tierra, permanece firme, crece, “madura”, resiste los vientos que lo sacuden y se convierte en un punto de referencia para quienes lo miran. Pero, queridos, sin raíces nada de esto sucede: sin cimientos firmes se permanece tambaleante. Es importante custodiar las raíces, tanto en la vida como en la fe. A este respecto, el apóstol Pablo nos recuerda el fundamento en el que debemos arraigar nuestra vida para permanecer firmes: dice que permanezcamos “arraigados en Jesucristo”. Esto es lo que nos recuerda el árbol de Navidad. Arraigados en Jesucristo.
Papa Francisco