El corazón, un campo de batalla

jueves, 2 de julio de
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Cuántas veces nos duele perder la gracia cuando rompemos ese lazo de amor que nos tiende a Dios, cediendo a nuestra voluntad humana.

Siempre se tiende una rivalidad entre nuestra humanidad y la vida de gracia, entre la carne y el espíritu, entre nuestras sombras y luces, entre el hombre viejo y el hombre nuevo. Pero la verdad es que la victoria del bien implica derrotar una indisciplina, un desorden de las pasiones. No se trata de extinguir o eliminar nuestro deseo, sino más bien de organizarlo, encauzarlo, sublimarlo hacia metas donde sea posible volverlo caridad, amor que a Dios agrada.

La espina está, se encuentra siempre en el interior. Es nuestra manera de manejar su dolor, su recuerdo. Es nuestra manera de transfigurar el corazón, de resucitar el espíritu, de redimir nuestros talentos.

Cada uno lleva su ininterrumpida guerra en su interior. Cada persona maneja sus ejércitos como puede, como aprende. Por eso no podemos juzgar la debilidad de los otros. Tenemos la obligación de admitir nuestra condición. De aceptar con amor y misericordia nuestras maneras, nuestras debilidades y sombras. Sólo así podremos permitir que el Espíritu Santo nos redima, nos libere, nos transforme.

La aceptación es el primer paso para ser dóciles a la voluntad de Dios.