El día de mañana

lunes, 6 de enero de
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Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al padre, sino por mí.” Jn. 14,6

Señor, el día de mañana lo tienes preparado para mí desde toda la eternidad con todos sus pormenores, sus problemas, sus gozos.

Sé que todo es gracia para mí y todo es providencia sobre mí. Nada ocurrirá al azar. Tú estás en todo.

Señor, tú quieres redimir, salvar y santificar el mundo por mi intermedio. Soy tu instrumento; pero como instrumento tuyo debo estar vitalmente unido a ti por medio de la gracia y hacer contigo todas las cosas.
Entonces, Señor, mi día no será mío, sino tuyo.

Convivimos en la misma casa, compartimos la misma vida, las mismas cruces, el mismo deber diario. Sólo así es real mi vida y sólo así el día pertenece a la eternidad, sólo así mi vida tiene proyección de eternidad y no queda limitada por el paréntesis del tiempo.

Si siento que mi vida frustrada, surge en mi espíritu la amargura, la decepción, la falta de ilusión, y todo queda amargo, sin sentido, sin una suficiente razón de ser; todo queda en la penumbra, en la tristeza de la soledad y la inacción.

Pero con esa luz allá en el horizonte, el camino se ilumina, se ve por dónde se va y, sobre todo, se ve hacia dónde debo ir.

Aquella exclamación del filósofo francés: “no sé de dónde vengo y no sé adónde voy”, es el grito de un alma torturada, de un espíritu amargado, de un hombre que vivió sin saber para qué se le había dado la vida y que llega a descubrir esa ignorancia precisamente cuando ya la vida se le estaba yendo de las manos.

La fe es realmente una luz que ilumina la senda y que nos ilumina a nosotros mismos en nuestro propio interior.
Por eso Jesús dice que él es la Luz, que quien lo sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

 

 

Alfonso Milagro, Meditando la vida- Editorial Claretiana