El lenguaje de Jesús destapa oídos y abre corazones

martes, 10 de marzo de
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Durante los primeros días del mes de febrero de 2020, jóvenes de la Parroquia del Colegio Marín visitaron los pueblos de Villa General Rojo, Villa Esperanza y Erezcano.

Por la mañana, el grupo de jóvenes, acompañado por algunos adultos, recorría casas de los diferentes pueblos y, por la tarde, se realizaban actividades con niños y jóvenes, y algunos seguían las recorridas. Lucila, nos comparte lo vívido durante esos intensos días de misión.

“Quien tiene un para qué, supera cualquier cómo”

Lo primero que se me viene a la mente cuando me preguntan qué fue misionar, yo digo, simplemente, que fue una LOCURA. Es difícil entender cómo un grupo de jóvenes y algunos adultos deciden irse a dormir al piso durante diez días, para tocar un par de puertas en un barrio alejado y hablar de Dios con la gente. Pero la verdad es que quien tuvo la oportunidad de vivirlo sabe que es mucho más que eso, sabe que no siempre significa hablar de Dios, y no siempre es compartir la misma fe, pero sí es hablar un mismo lenguaje: “el lenguaje de Jesús”, que destapa oídos y corazones y abre brazos.

La gente no solamente abre las puertas de sus casas, sino también, las de sus corazones: confían en nosotros, compartimos un momento de reflexión y nos ven como instrumentos de Dios, cuando, por lo general, ellos también terminan siendo misioneros y, a veces, hasta más que nosotros. La fe de la gente es impresionante; nos cuentan historias durísimas, pero nos dicen que al confiar en el poder de Dios logran salir más fuertes que nunca. Como Ale, el cura que nos acompañó, nos dijo: “Hay veces que hay que tomar distancia y hacer silencio para escuchar la voz interior de Dios y levantarse, dejándose ayudar por Él”. Una de las charlas que tuvimos con Ale nos habló de la lectura donde Jesús le dice a dos personas “Talitá kum” (Muchacha, a ti te digo, levántate) y, realmente sentí que me hablaba a mí, por lo que no tuve más opción que levantarme y seguir adelante, impulsada por la fuerza de Dios.

Yo durante la misión, tuve momentos en donde surgieron ciertos miedos, pero tomé el consejo de Rosita, una mujer a la que visitamos y en la que confié: le hablé a María y a Dios, y, no miento, sentí que un manto de amor y protección me cubría. Otra cosa que me impresionó fue la conexión que se genera al poco tiempo de haberlos conocido, y ni hablar de cuando se termina la charla que nos unió a través de la oración con Dios.

Por otra parte, jugar con los niños revive a tu niño interior, y nos recuerdan cuáles son los valores más simples. Y cómo un gesto como una sonrisa, un abrazo o un “¿cuándo vuelven?” dicen más que mil palabras. Ver a los niños que se aprenden nuestra rutina en el pueblo para poder vernos cada vez que pueden y jugar con nosotros, e incluso ver cómo los últimos días ellos guían los juegos que nosotros les enseñamos, eso es lo más gratificante.

No puedo dejar de agradecerle, también, al grupo con el que fuimos. La misión es una constante montaña rusa: con sus alegrías y encuentros, pero también con sus bajones y dificultades; y es imprescindible lograr apoyarse en Dios y en el grupo. Fue mi primera misión con ellos y realmente no pude haberlo disfrutado más; comprobé lo que muchos me decían sobre la Parroquia del Marín: “Siempre se forman vínculos muy profundos y copados, que perduran incluso cuando la misión termina.”

Pero lo más importante, creo yo, es saber que “quien tiene un para qué, supera cualquier cómo.” Y eso, justamente, es lo que nos impulsa a misionar.