El milagro del compartir

miércoles, 4 de marzo de
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En esta época vemos una gran cantidad de campañas solidarias en búsqueda de útiles escolares, nos llegan mensajes de Whatsaap, nos aparecen publicaciones en Instagram y en Facebook con pedidos de donaciones  e incluso nuestro propio grupo parroquial probablemente esté llevando a cabo alguna de estas campañas.

Es un acto que se repite cada año cerca del inicio de clases, por lo que muchas veces lo hacemos de forma casi mecánica y simplemente acercamos algo a la persona que se encarga de la campaña.

Sin embargo, detrás de ese acto se esconde el milagro del compartir. Aunque para nosotros se haya vuelto casi una costumbre imperceptible cada vez que damos algo a otros acontece el pequeño milagro del compartir. Es ese momento en el que buscamos la cartuchera o comparamos el cuadernillo en el que por un instante nos olvidamos de nuestras propias preocupaciones  y ponemos  en primer plano a la necesidad de un otro e intentamos de algún modo contribuir a satisfacerla.

Y si bien lo que podamos regalarle a otros quizás no es para nosotros algo tan importante, cuando verdaderamente nos involucramos, cuando somos partícipes y nos hacemos conscientes de que nosotros tenemos aquello que a otros les falta y en vez de guardarlo egoístamente somos capaces de darlo, ocurre el milagro.

Precisamente se me ocurrió escribir esto hoy porque estoy intentando poner un pedacito del amor de Dios en todo lo que hago aún en lo más pequeño y me parece que el compartir es precisamente una gran oportunidad para ello.

Si recuerdan la lectura de la multiplicación de los peces y los panes, quiero decirles que para mí el milagro no está tanto en la multiplicación sino en el niño que se acerca con los panes y los peces, en ese niño que comparte lo que tenía con otros.

Los invitó a todos entonces a intentar ser un poco como ese niño, intentando dar  lo que otros no tiene, ya sean cosas materiales, ya se tiempo, sonrisas o todo aquello con lo que sepamos que podemos servir a otros.

Los invito a no hacer las cosas mecánicamente sin más, por el contrario a poner en cada cosa un poco del amor de Dios para que luego Él se encargue de multiplicar  aquello que nosotros ofrecemos.

Pongamos en lo ordinario un amor extraordinario y vamos a ver cómo los milagros se multiplican por todas partes.